sábado, 22 de agosto de 2020

258. DIOS EN ISAÍAS 1 ¿ABOMINA SU SÁBADO, SÉPTIMO DÍA?

En Isaías 1:10-20. Dios rechaza el formalismo religioso, carentes del espíritu de humillación y arrepentimiento. Con vidas llenas de maldad y rebelión, simbolizados con Sodoma y Gomorra. El sábado semanal y las fiestas solemnes eran importantes; pero las vidas del pueblo eran contrarias a esos principios elementales como el amor a Dios y al prójimo. Por eso Dios los abomina. Recuerden: que recién en la muerte de Jesús se abolió las fiestas solemnes; pero la vigencia del día de reposo permanecerá por la eternidad. 66:22-23. 

¡Dios Da La Solución A Esta Incongruencia! para que el pueblo y sus ofrendas y sus fiestas solemnes y el sábado semanal sean aceptos por Dios. Vers. 16-20. Porque hay una estrecha relación entre nuestra vida personal y nuestra relación con Dios; ambos, tienen que ser santos. Amen.

10 Príncipes de Sodoma, oíd la palabra de Jehová; escuchad la ley de nuestro Dios, pueblo de Gomorra. 11 ¿Para qué me sirve, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios? Hastiado estoy de holocaustos de carneros y de sebo de animales gordos; no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos. 12 ¿Quién demanda esto de vuestras manos, cuando venís a presentaras delante de mí para hollar mis atrios? 13 No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación; luna nueva y día de reposo,* el convocar asambleas, no lo puedo sufrir; son iniquidad vuestras fiestas solemnes. 14 Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas solemnes las tiene aborrecidas mi alma; me son gravosas; cansado estoy de soportarlas. 15 Cuando extendáis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando multipliquéis la oración, yo no oiré; llenas están de sangre vuestras manos.

16 Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; 17 aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda. 18 Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. 19 Si quisierais y oyereis, comeréis el bien de la tierra; 20 si no quisierais y fuereis rebeldes, seréis consumidos a espada; porque la boca de Jehová lo ha dicho. (Isaías 1). 

10. Príncipes de Sodoma. El nombre "Sodoma", que en forma figurada se usa aquí para designar a Judá en vista de que prevalecían allí condiciones similares a las que habían imperado en la Sodoma literal, constituye una terrible acusación contra la nación que profesaba gobernar en el nombre de Dios. Los reyes del país, en su política y en su práctica, se habían apartado tanto del Señor, que apenas se diferenciaban de los reyes de las naciones más pecadoras de la tierra. Por esta razón se les dirige una solemnísima exhortación, un mensaje de Dios que predecía la ruina de toda la nación si ésta no se arrepentía.

11. ¿Para qué me sirve? Judá todavía tenía la apariencia de ser una nación muy religiosa. Se ofrecían muchos sacrificios en el templo, pero había poca verdadera religión. El profeso pueblo de Dios había olvidado qué era lo que Dios verdaderamente requería de ellos; sin embargo, mantenían las formas externas de la religión. Estaban dispuestos a ofrecer sacrificios, pero no a entregar sus corazones al Señor. Conocían las formas externas de la religión, pero no comprendían que necesitaban un Salvador, ni entendían lo que significaba la justicia. Isaías procuró que volvieran en sí y comprendieran la necedad de su conducta. Mediante una serie de penetrantes preguntas, el profeta esperaba que entendieran que la religión que sólo consiste en formas externas es una ofensa para Dios. A través de las edades los portavoces de Dios han procurado dejar en claro que lo que Dios requiere es obediencia y no sacrificio, rectitud y no ritualismo (1 Sam. 15: 22; Sal. 40: 6; 51: 16-19; Jer. 6: 20; 7: 3-12; 14: 12; Ose. 6: 6; Amós 5: 21-24; Miq. 6: 6-8).

12. A presentaros delante de mí. Se empleaba comúnmente la frase "presentare delante de Dios" para referirse a la visita al templo durante las grandes festividades religiosas (Sal. 42: 2; 84: 7; Exo. 34: 23).Los hebreos creían acertadamente que al llegar al templo entraban en la presencia inmediata de Dios. Es cierto que el santuario se había construido para que el Señor pudiera habitar en medio de ellos (Exo. 25: 8); pero no necesariamente toda persona que visitaba el templo entraba en la presencia de Dios. Por medio de Isaías, el Señor afirma que habita "en la altura y en la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu" (Isa. 57: 15).

13. Vana ofrenda. Los sacrificios ofrecidos sin contrición y genuino arrepentimiento eran presentados en vano (1 Sam. 15: 22; Mat. 5: 24; Mar. 12: 33); carecían de valor. Abominación. En vez de deleitarse con la ofrenda del perfumado incienso que se le ofrecía, el Señor se disgustaba machismo. Las ceremonias de la religión no significan nada si falta su verdadero espíritu. Dios ha dicho claramente que, cuando falta la obediencia, aun la oración le resulta abominable (Prov. 28: 9).

Luna nueva y día de reposo. Los días sagrados que aparecen aquí se mencionan juntos también en referencias como 2 Rey. 4: 23; 2 Crón. 8: 13; Amós 8: 5. Era parte esencial de la religión hebrea el observar estos días sagrados. Habían sido designados por el Señor mismo, y era él quien había mandado a Israel que los observara (Exo. 23: 12-17; Lev. 23; Núm. 28; 29; Deut. 16: 1-17). Pero no bastaba la observancia externa de esas formas religiosas. Los ritos y las ceremonias carecen de sentido cuando falta rectitud. Dios dijo claramente que la observancia formal de los días sagrados, ordenada por él mismo, le resultaba ofensiva si faltaba la obediencia.

Son iniquidad. En el hebreo no está la forma verbal "son". Quizá sería preferible traducir: "No puedo sufrir iniquidad y fiestas solemnes". Isaías declara que los solemnes servicios religiosos, acompañados de una vida inicua, son una ofensa para el Señor. En el tiempo de Isaías los hebreos daban mucha importancia a las formas de la religión, y poca importancia a la rectitud. Muchos que observaban estrictamente los requisitos formales de la ley ceremonial violaban abiertamente los solemnes mandatos de la ley de Dios. Su conducta constituía una burla de la140 religión y una vergüenza a la vista de Dios.

14. Las tiene aborrecidas mi alma. En este pasaje Dios habla a gente que tenía toda la apariencia de ser un pueblo muy religioso. Participaban en las ceremonias religiosas porque creían que ésa era la manera de ganar el favor de Dios; pero el Señor les manifestó que estaba sumamente disgustado por su conducta, que odiaba la observancia de sus fiestas señaladas, que rechazaba su culto y estaba molesto por su hipócrita fingimiento. En realidad, el pueblo estaba desafiando a Dios cuando rehusaba andar en sus caminos. Ningún manto de formalismo religioso podía cubrir sus pecados.

15. Cuando extendáis vuestras manos. Los hebreos muchas veces extendían las manos hacia Dios cuando oraban (Exo. 9: 29, 33; 17: 11; 1 Rey. 8: 22; Esd. 9: 5; Job 11: 13; Sal. 88: 9; 143: 6).

Yo no oiré. Cf. Sal. 66: 18; Sant. 4: 3. La oración debe ser sincera para que pueda ser oída. Las oraciones de los hipócritas no serán escuchadas (Mat. 6: 5; Luc. 18: 14). Las oraciones no necesariamente son efectivas porque sean largas y frecuentes (Mat. 6: 7). Las plegarias de los impíos, cuyas manos están manchadas de sangre y que persisten en sus malos caminos, no llegarán hasta el trono de la gracia. Los hebreos de los días de Isaías externamente parecían ser gente muy religiosa que daba gran importancia a la oración, pero se negaban a abandonar sus pecados. Sus oraciones provenían de los labios, pero no emanaban del corazón. Dios dice claramente que rehusa escuchar tales plegarias.

Llenas están de sangre vuestras manos. En el rollo 1QIsa de los Manuscritos del Mar Muerto (ver t. I, p. 35; t. IV, p. 128) se añade una frase paralela: "y vuestros dedos, de culpabilidad". Así resulta un dístico cuya primera parte es: "Llenas están de sangre vuestras manos". 

16. Lavaos. El pecado da por resultado contaminación moral y decadencia espiritual. Cuando David pecó, su ruego fue: "Lávame, y seré más blanco que la nieve" (Sal. 51: 7). Reconoció la contaminación del pecado y pidió a Dios un corazón limpio (vers. 10); y su ruego fue escuchado. Cada pecador necesita purificación moral; su corazón debe ser limpiado de la corrupción moral. Dios quiere limpiar de toda iniquidad el corazón del pecador (Jer. 4: 14); lo exhorta a que limpie sus manos de impiedad (Sant. 4: 8). Promete escribir la ley divina en el corazón humano (Jer. 31: 33) y limpiar al hombre de toda injusticia (1 Juan 1: 9). Isaías instó a Jerusalén a que se pusiera sus vestiduras hermosas, porque se acercaba el momento cuando lo inmundo ya no entraría más allí (Isa. 52: 1). Juan afirmó que ninguna cosa inmunda entraría en la Santa Ciudad (Apoc. 21: 27). Isaías procuraba enseñar a Israel que Dios, el "Santo de Israel", exige que su pueblo sea santo.

Dejad de hacer lo malo. Dios pidió a su pueblo que abandonara el pecado. Él era santo, y ellos también debían ser santos. El mal debe ser eliminado de la vida de cada hijo de Dios. El pecado no existirá en la atmósfera pura del cielo, y todos los que entren allí llevarán las vestiduras de justicia.

17. Aprended a hacer el bien. Los que sirvan a Dios aborrecerán el mal y amarán el bien (Amós 5: 15). El ser pasivamente "buenos" -es decir abstenerse de malas acciones- no basta para el cristiano. La piedad es un principio activo, y el cultivo de la rectitud es la más segura garantía contra la iniquidad. No importa cuáles puedan haber sido sus inclinaciones anteriores, la persona se propondrá no sólo dejar de hacer lo malo, sino que también se esforzará sinceramente para hacer lo mejor que pueda. Para alcanzar esta meta, necesitará tanto firmeza de propósito como ayuda del cielo. Los hombres no nacen a la vida cristiana con un carácter perfecto, sino que deben aprender, lentamente y con dificultad, a marchar por los caminos de Dios. Mediante estudio, y diligencia, paciencia y perseverancia, determinación y práctica, con el tiempo podrán adquirir hábitos de vida correcta. Todo aquel que ahora hace el bien ya ha pasado por el lento y difícil proceso de aprender a hacer el bien. Nadie ha aprendido verdaderamente a hacer el bien hasta que la rectitud se haya hecho habitual en él.

Juicio. Es decir, "lo justo" (BJ). Restituid al agraviado. Mejor, "enderezad la opresión" o "vindicad el mal" (BJ). En Israel muchos sufrían bajo la opresión de sus prójimos. Los que amaban a Dios tenían el deber de corregir esta situación. Debían refrenar al opresor y aliviar al oprimido. Haced justicia al huérfano. Los que aman el bien defenderán la causa del huérfano y procurarán que se le haga justicia.

Amparad a la viuda. "Defended la causa141 de la viuda" (BC). Los pobres y los necesitados, los desvalidos y los oprimidos necesitan alivio con urgencia. Los caudillos del profeso pueblo de Dios se aprovechaban de estos desvalidos para enriquecerse a sus expensas. Esa situación debía ser corregida. El verdadero amor y la simpatía tenían que manifestarse en los esfuerzos por corregir el mal y establecer justicia para todos. Ninguna religión merece tal nombre si no se enfrenta a los problemas de esta vida y hace que los hombres estén en armonía con los principios del reino de los cielos. La religión que en la práctica consiste en impresionantes ceremonias, pero que no toma en cuenta las necesidades de los huérfanos y de las viudas, carece de sentido. Ver com. Sant. 1: 27.

18. Venid luego.  "Venid y entendámonos" (NC). En este pasaje Dios invita a los hombres a que se encuentren con él, a fin de tratar libre y francamente sus problemas. El Señor no es un juez desconsiderado, ni un tirano arbitrario, sino un padre bondadoso y un amigo. Dios se interesa en las cosas que afectan al hombre, y se preocupa por el bienestar humano. Todas las advertencias divinas son dadas para el bien del hombre. Esto es lo que él anhela que el hombre crea y comprenda. Difícilmente podría concebirse una manifestación más atrayente del maravilloso amor y gran bondad de Dios, que la que se encuentra en esta misericordiosa invitación a estar 'a cuentas" con el Señor del cielo y de la tierra. Dios es razonable, y desea que los hombres comprendan que para provecho de ellos desea que abandonen el pecado y anden por sendas de justicia. El hombre fue dotado de la capacidad de razonar para que la empleara, y la mejor forma de usar este don es descubrir cuáles son los beneficios de la obediencia y las angustias de la transgresión.

Si vuestros pecados. El peor de los pecadores puede hallar consuelo y esperanza en esta promesa. En este pasaje Dios nos asegura que, no importa cuán culpables podamos haber sido en lo pasado ni cuán consumado haya sido nuestro pecado, todavía él puede devolvernos la pureza y la santidad. Esta promesa no sólo tiene que ver con los resultados del pecado, sino con el pecado mismo. Este puede ser erradicado y eliminado por completo de la vida. Con la ayuda de Dios, el pecador puede lograr el dominio completo de todas sus flaquezas (ver com. 1 Juan 1: 9).

19. Si quisierais y oyereis. "Si aceptáis obedecer" (BJ). En este pasaje Isaías expone el fruto de la obediencia. Una vida de gozo y bienaventuranza es el resultado natural de la obediencia a las leyes de Dios, porque Dios no puede bendecir a los que no se esfuerzan al máximo. Los gozos celestiales no son dones otorgados arbitrariamente por Dios a los que le siguen, sino el resultado natural de cumplir con sus requerimientos. Dios coloca delante del hombre los caminos de justicia, porque éstos son los caminos correctos y los que traen consigo bendición.

Comeréis. Esta promesa se aplica tanto a este mundo como al venidero. La cosecha de la obediencia se recoge no sólo en el cielo sino también en la tierra (ver com. Mat. 19: 29). Antes de que los israelitas entraran en la tierra prometida, Moisés les presentó las bendiciones que serían de ellos si caminaban en las sendas del Señor (Deut. 28: 1-13). Isaías destaca que esas bendiciones no se habían realizado debido a que Israel no obedeció las órdenes del Señor. Ahora Dios les asegura que esas bendiciones todavía podían ser de ellos si se arrepentían e iban por las sendas de justicia.

20. Si no quisierais. No es un decreto arbitrario de Dios el que condena al pecador. Este tan sólo cosecha lo que él mismo ha sembrado. Así como las bendiciones acompañan la vida piadosa, así también la desdicha marcha con la impiedad. Cuando los hombres infringen los mandamientos de Dios, la muerte es el resultado inevitable. Esta es sencillamente la consecuencia de la ley natural de causa y efecto. Cuando Israel se apartó de Dios, inevitablemente entró en -el camino que llevaba a la ruina. Moisés había señalado claramente esta verdad antes de que Israel entrara en la tierra prometida (Deut. 28: 15-68). Cuando los seres humanos se rebelan contra Dios y se niegan a obedecer su ley, automáticamente abren la puerta a la destrucción. Toda persona tiene su destino enteramente en sus manos. Está en su poder el determinar si su futuro será feliz o desdichado. Isaías presentó ante el pueblo de Dios la gran verdad de que, en última instancia, el pecado ocasiona su propia destrucción. La iniquidad nunca podrá servir de base para la dicha y la bienaventuranza eternas. En el sentido más estricto de la palabra, los pecadores se destruyen a sí mismos.

La Boca De Jehová Lo Ha Dicho. Dios ha predicho los resultados inevitables del pecado, pero esto dista mucho de ser un decreto arbitrario. Dios no se complace en la muerte del impío (Eze. 18: 23, 31-32; 33: 11), pero conociendo el resultado inevitable del pecado, advierte al hombre exactamente cuáles serán los resultados de la desobediencia (Ose. 13: 9; 14:1; Rom. 6: 21, 23; Sant. 1:15; 2 Ped. 3: 9). 4CBA/Ministerio Hno. Pio


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