12 Las palabras
de la boca del sabio son llenas de gracia, más los labios del necio causan su
propia ruina. 13 El principio de las palabras de su boca es necedad; y el
fin de su charla, nocivo desvarío. 14 El necio multiplica palabras, aunque no
sabe nadie lo que ha de ser; ¿y quién le hará saber lo que después de él
será? 15 El trabajo de los necios los fatiga; porque no saben por dónde ir
a la ciudad. (Eclesiastés 10).
12. Llenas de gracia. Es decir,
aceptables para los oyentes (Sal. 45:2; Prov. 22:11; Luc. 4:22). Las
palabras atrayentes siempre son agradables. Causan su propia
ruina. Heb. "lo devorarán". Lo harán sufrir vergüenza.
Cf. Prov. 10:8, 21; 18:7; 29:9.
13. Necedad. El necio abre la boca y
habla sin pensar en lo que dice, y por eso sólo profiere necedades (ver Prov.
15: 2; 17: 12; Isa. 32: 6). El fin. Cuando el necio termina de
hablar no ha dicho más que simplezas.
14. Multiplica. Habla de cualquier cosa y de todo, sin saber qué dice (ver 1 Tim. 1:7). No sabe nadie. Con frecuencia es difícil entender no sólo lo que quiere decir el necio, sino aun lo que dice. Es indudable que cuanto más necia o vana es una persona, más inclinada estará a lanzar declaraciones dogmáticas acerca de los más profundos misterios.
15. Los fatiga. Heb. "lo
hastía", "lo enfada". O sea que se molestan, se cansan de sí
mismos. No saben. Su
necedad es tal que si se lo envía a la ciudad con un encargo, se sentará a la
vera del camino, se olvidará del encargo y quedará confundido (ver Prov. 10:
26; 26: 6; Ecl. 4: 5). Quizá la carretera que conducía a la ciudad estaba tan
claramente marcada que nadie podía equivocarse, excepto un necio (ver Isa. 35:
8). 3CBA/Ministerio Hno. Pio
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