Isaías 6:5-8.
Entre otros sucesos, se confirma el llamado del profeta, para seguir adelante
en su misión profética ante un pueblo obstinado en el mal. La razón de que el
Señor pregunta: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Es prueba de que Isaías,
antes de la visión, estaba resuelto o ya había abandonado su misión. Pero retoma
su misión renovado, con esta experiencia. Aunque su pueblo no cambiaría.
5 Entonces dije: ¡Ay de mí!
que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de
pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los
ejércitos. 6 Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en
su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas; 7 y
tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es
quitada tu culpa, y limpio tu pecado. 8 Después oí la voz del Señor, que
decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme
aquí, envíame a mí. (Isaías 6).
5. ¡Ay de
mí! Isaías había pronunciado ayes sobre los pecadores
del pueblo de Dios (cap. 5: 8-30). Ahora, lleno de pavor, al encontrarse en la
presencia de un Dios santo, siente profundamente las imperfecciones de su
propio carácter. Pasaremos por la misma experiencia en la medida en que nos
acerquemos a Dios.
Han visto mis
ojos. Esta visión de la santidad y gloria de Dios
proporcionó a Isaías una idea de la pecaminosidad e insignificancia del hombre.
Al contemplar a Dios y luego mirarse a sí mismo, comprendió que él no era nada
en comparación con el Eterno. En la presencia del "Santo de Israel"
(cap. 5: 24) vio su culpabilidad. Moisés ocultó su rostro cuando entró en la
presencia de Dios (Exo. 3: 6), y Job se aborreció a sí mismo y se arrepintió en
polvo y ceniza (Job 42: 6).
6. Del
altar. El dorado altar del incienso (ver com. Exo. 30:
1-5), el cual era, en esencia, un altar de intercesión (ver com. Exo. 30: 6-8).
Juan vio que las plegarias de los corazones de los pecadores arrepentidos eran
presentadas con incienso ante el trono de la gracia (Apoc. 8: 3-4).
7. Tocó tus
labios. El carbón encendido del altar representaba el poder
refinador y purificador de la gracia divina. También significaba una
transformación del carácter. Desde ese momento, el único gran deseo de Isaías
para su pueblo fue que ellos también pudieran experimentar la misma obra de
purificación y transformación. Nuestra mayor necesidad hoy es que nuestros
labios sean tocados con el santo fuego del altar de Dios.
8.
Envíame. La respuesta de Isaías fue inmediata. Como Pablo,
Isaías tenía un gran deseo: que Israel pudiera ser salvo (cf. Rom. 10: 1).
Sabía que el castigo pronto caería sobre el pueblo culpable, y anhelaba que los
israelitas abandonaran sus pecados. A partir de entonces, la única tarea de
Isaías sería la de llevar el mensaje divino de amonestación y esperanza a
Israel, a fin de que pudiera captar la visión del amor y de la santidad de Dios
para ser salvo. 4CBA/Ministerio Hno. Pio
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