LAS CLÁUSULAS DEL PACTO*
Si diereis oído a mi voz, y
guardareis mi pacto,
vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los
pueblos. Exo. 19: 5.
En el principio Dios dio su
ley a la humanidad como medio de alcanzar felicidad y vida eterna.
Los Diez Mandamientos,
harás, no harás, son diez promesas seguras para nosotros si prestamos
obediencia a la ley que gobierna el universo. "Si me amáis, guardad mis
mandamientos" (Juan 14: 15).
He aquí la suma y la sustancia de la ley de Dios.
Las bases de la
salvación para cada hijo e hija de Adán
se encuentran bosquejadas aquí...
La ley de los
diez preceptos del mayor amor que se le pueda presentar al hombre, es la voz de
Dios procedente del cielo que formula al alma esta promesa: "Haz esto y no
estarás bajo el dominio y la dirección de Satanás". No hay puntos
negativos en esa ley, aunque así lo parezca. Es HAZ y vivirás.
La condición
para alcanzar la vida eterna es ahora exactamente la misma de siempre, tal cual
era en el paraíso antes de la caída de nuestros primeros padres: perfecta
obediencia a la ley de Dios, perfecta justicia.
Si la vida
eterna se concediera con alguna condición inferior a ésta, peligraría la
felicidad de todo el universo. Se le abriría la puerta al pecado con todo su
séquito de dolor y miseria para siempre.
CRISTO no
disminuye las exigencias de la ley. En un lenguaje inconfundible, presenta la
obediencia a ella como la condición de la vida eterna: la misma condición que
se requería de Adán antes de su caída...
El Requisito
que se ha de llenar bajo el pacto de la gracia es tan amplio como el que se
exigía en el Edén: la armonía con la ley de Dios, que es santa, justa y buena.
La norma de carácter
presentada en el Antiguo Testamento
es la misma que se presenta en el Nuevo
Testamento.
No es una medida o norma que no podamos alcanzar. Cada mandato o
precepto que Dios da, tiene como base la promesa más positiva. Dios ha hecho
provisión para que podamos llegar a ser semejantes a él, y cumplirá esto en
favor de todos aquellos que no interpongan una voluntad perversa y frustren así
su gracia. *Dios Nos Cuida. EGW 231
¿QUIERES ENTRAR A LA VIDA? GUARDA LOS DIEZ
MANDAMIENTOS.
Mientras iba por el camino,
un joven príncipe vino corriendo hacia él, y arrodillándose, lo saludó con
reverencia. "Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida
eterna?" preguntó.
El príncipe se había
dirigido a Cristo meramente como a un honrado rabí, no discerniendo en él al
Hijo de Dios. El Salvador dijo: "¿Por qué me llamas bueno? Ninguno es
bueno sino uno, es a saber, Dios". ¿En qué te basas para llamarme bueno?
Dios es el único bueno. Si me reconoces a mí como tal, me debes recibir como su
Hijo y Representante.
"Si quieres entrar en
la vida -añadió-, guarda los mandamientos".
El carácter de Dios está expresado en su ley; y
para que estés en armonía con Dios, los principios de su ley deben ser la misma
fuente de cada acción tuya.
Cristo no disminuye las exigencias de la ley. En un
323 lenguaje inconfundible, presenta la obediencia a ella como la condición de
la vida eterna: la misma condición que se requería de Adán antes de su caída.
El Señor no espera menos del alma ahora que lo que esperó del hombre en el
paraíso: perfecta obediencia, justicia inmaculada. El requisito que se ha de
llenar bajo el pacto de la gracia es tan amplio como el que se exigía en el
Edén: la armonía con la ley de Dios, que es santa, justa y buena.
A las palabras: "Guarda los mandamientos",
el joven respondió: "¿Cuáles?" Él pensaba que se refería a algunos
preceptos ceremoniales; pero Cristo estaba hablando de la ley dada desde el
Sinaí. Mencionó varios mandamientos de la segunda tabla del Decálogo, y
entonces los resumió todos en el precepto: "Amarás a tu prójimo como a ti
mismo".
El joven respondió sin
vacilación: "Todo esto guardé desde mi juventud: ¿qué más me falta?"
Su concepción de la ley era externa y superficial. Juzgado por una norma
humana, él había conservado un carácter intachable. En alto grado, su vida
externa había estado libre de culpa; ciertamente pensaba que su obediencia
había sido sin defecto. Sin embargo, tenía un secreto temor de que no estuviera
todo bien entre su alma y Dios. Esto fue lo que lo indujo a preguntar:
"¿Qué más me falta?"
"Si quieres ser
perfecto -dicele Jesús-, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y
tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme. Y oyendo el mancebo esta palabra,
se fue triste,
porque tenía muchas posesiones".
El que se ama a sí mismo es un transgresor de la
ley. Jesús deseaba revelarle esto al joven, y le dio una prueba que pondría de
manifiesto el egoísmo de su corazón. Le mostró la mancha de su carácter. El
joven no deseaba mayor iluminación. Había acariciado un ídolo en el alma; el
mundo era su dios.
Profesaba haber guardado
los mandamientos, pero carecía del principio que es el mismo espíritu y la vida
de todos ellos. No tenía un verdadero amor 324 a Dios o al hombre. Esto
significaba la carencia de algo que lo calificaría para entrar en el reino de
los cielos. En su amor a sí mismo y a las ganancias mundanales estaba en
desacuerdo con los principios del cielo. PVGM. 322- 325 MHP
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