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Prenderán al impío sus propias iniquidades, Y retenido será con las cuerdas de
su pecado. 23 El morirá por falta de corrección, Y errará por lo inmenso de su
locura. (Proverbios 5).
Como el pecador rechaza la instrucción,
inevitablemente sigue enredándose más y más en los lazos del pecado. Hay un
poder para quebrantar las ligaduras más fuertes (M C 131), pero la complacencia
prolongada de las tendencias pecaminosas con frecuencia deja al pecador sin
deseo de salvación y sin la inclinación para colocar su voluntad de parte del
Salvador. No hay esperanza para el tal mientras no busque la ayuda de Aquel que
puede salvar perpetuamente (Heb. 7: 25). 3CBA
EL EVANGELIO PUEDE SALVARLOS. Muchos desechados se aferrarán a
la esperanza que el Evangelio les ofrece, y entrarán en el reino de los cielos,
mientras que otros que tuvieron hermosas oportunidades y mucha luz, pero no las
aprovecharon, serán dejados en las tinieblas de afuera.
Las víctimas de los malos hábitos
deben reconocer la necesidad del esfuerzo personal.
Otros harán con empeño cuanto puedan para
levantarlos, y la gracia de Dios les es ofrecida sin costo; Cristo podrá
interceder, sus ángeles podrán intervenir; pero todo será en vano si ellos
mismos no resuelven combatir por su parte.
Las últimas palabras de David a
Salomón, joven a la sazón y a punto de ceñir la corona de Israel, fueron éstas:
"Esfuérzate,, y sé varón." (1 Reyes 2:2.). A todo hijo de la humanidad,
candidato a inmortal corona, van dirigidas estas palabras inspiradas:
"Esfuérzate, y sé varón."
A los que ceden a sus apetitos se
les ha de inducir a ver y reconocer que necesitan renovarse moralmente si
quieren ser hombres. Dios les manda
despertarse y recuperar, por la fuerza de Cristo, la dignidad humana dada por
Dios y sacrificada a la pecaminosa satisfacción de los apetitos.
Al sentir el terrible poder de la
tentación y la fuerza arrebatadora del deseo que le arrastra a la caída, más de
uno grita desesperado: "No puedo
resistir al mal." Decidle que puede
y que debe resistir. Bien puede haber
sido vencido una y otra vez, pero no será siempre así. Carece de fuerza moral, y le dominan los
hábitos de una vida de pecado. Sus
promesas 131 y resoluciones son como cuerdas de arena.
El conocimiento de sus promesas quebrantadas
y de sus votos malogrados le debilitan la confianza en su propia sinceridad, y
le hacen creer que Dios no puede aceptarle ni cooperar con él,
pero no tiene
por qué desesperar. Quienes confían en Cristo no han
de ser esclavos de tendencias y hábitos hereditarios o adquiridos. En vez de quedar sujetos a la naturaleza
inferior, han de dominar sus apetitos y pasiones. Dios no deja que peleemos contra el mal con
nuestras fuerzas limitadas. Cualesquiera
que sean las tendencias al mal, que hayamos heredado o cultivado, podemos
vencerlas mediante la fuerza que Dios está pronto a darnos. MC/EGW
Ministerio Hno. Pio
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