miércoles, 15 de julio de 2020

04. LA GRANDEZA DE UNA NACIÓN.

La justicia engrandece a la nación; 
Mas el pecado es afrenta de las naciones. 
Prov. 14:34.
Engrandece A La Nación. Aquí la justicia equivale al bien hacer en todas las relaciones.
En el caso de los individuos, los resultados de hacer el bien o hacer el mal no siempre son evidentes inmediatamente. Algunas personas buenas han pasado la vida en la miseria y la necesidad, mientras que muchos malos 
parecen gozar de los placeres del pecado.
El salmista observó esta aparente paradoja del gobierno divino, pero cuando contempló la recompensa futura quedó tranquilo en cuanto al trato de Dios con el hombre (Sal. 73). 
En el caso de las naciones esta afirmación parece manifestarse más claramente, aunque quizá esa demostración pueda ser lenta. A las naciones se les asigna un período de prueba para ver si cumplen o no el propósito. Si lo rechazan, abrirán la puerta a la ruina.

En la historia de las naciones el que estudia la Palabra de Dios puede contemplar el cumplimiento literal de la profecía divina. Babilonia, al fin quebrantada, desapareció porque, en tiempos de prosperidad, sus gobernantes se habían considerado independientes de Dios y habían atribuido la gloria de su reino 368 a las hazañas humanas.
El Reino Medo-Persa fue objeto de la ira del Cielo porque en él se pisoteaba la ley de Dios. 
El temor de Jehová no tenía cabida en los corazones de la vasta mayoría del pueblo. 
Prevalecían la impiedad, la blasfemia y la corrupción. Los reinos que siguieron fueron aún más viles y corruptos; y se fueron hundiendo cada vez más en su falta de valor moral.

El poder ejercido por todo gobernante de la tierra es impartido del Cielo; y del uso que hace de este poder el tal gobernante, depende su éxito.

A cada uno de ellos se dirigen estas palabras del Vigía divino: "Yo te ceñiré, aunque tú no me conociste." (Isa. 45: 5.) Y para cada uno constituyen la lección de la vida las palabras dirigidas a Nabucodonosor: "Redime tus pecados con justicia, y tus iniquidades con misericordias para con los pobres; que tal vez será eso una prolongación de tu tranquilidad." (Dan. 4: 27).

Comprender estas cosas, comprender que "la justicia engrandece la nación;" que "con justicia será afirmado el trono" y que éste se sustenta "con clemencia," reconocer el desarrollo de estos principios en la manifestación del poder de aquel que "quita reyes, y pone reyes," es comprender la filosofía de la historia. (Prov. 14: 34; 16: 12; 20: 28; Dan. 2: 21).

Esto se presenta claramente tan sólo en la Palabra de Dios. En ella se revela que la fuerza tanto de las naciones como de los individuos no se halla en las oportunidades o los recursos que parecen hacerlos invencibles; no se halla en su jactanciosa grandeza. 
Se mide por la fidelidad con que cumplen el propósito de Dios. PR368


Al último gobernante de Babilonia llegó la sentencia del Vigía divino, 
como había llegado en figura al primero: "A ti dicen, . . . el reino es traspasado de ti." (Dan. 4: 31).
"Desciende, y siéntate en el polvo, virgen hija de Babilonia,
siéntate en la tierra sin trono, . . .
siéntate, calla, y entra en tinieblas, hija de los Caldeos:
porque nunca más te llamarán señora de reinos."
"Enojéme contra mi pueblo,
profané mi heredad, y entreguélos en tu mano:
no les hiciste misericordias...."
"Y dijiste: Para siempre seré señora:
y no has pensado en esto, 
ni te acordaste de tu postrimería."
"Oye pues ahora esto, delicada,
la que está sentada confiadamente,
la que dice en su corazón:
Yo soy, y fuera de mí no hay más;
no quedaré viuda, ni conoceré orfandad." 392
"Estas dos cosas te vendrán de repente en un mismo día, 
orfandad y viudez:
en toda su perfección vendrán sobre ti,
por la multitud de tus adivinanzas, y . . . de tus muchos agüeros.
Porque te confiaste en tu maldad, diciendo: Nadie me ve."
"Tu sabiduría y tu misma ciencia te engañaron,
y dijiste en tu corazón: Yo, y no más.
Vendrá pues sobre ti mal, cuyo nacimiento no sabrás:
caerá sobre ti quebrantamiento,
el cual no podrás remediar: y destrucción que no sabrás, vendrá de repente sobre ti."
"Estáte ahora en tus encantamientos, y con la multitud de tus agüeros, 
en los cuales te fatigaste desde tu niñez; quizá podrás mejorarte, quizá te fortificarás."
"Haste fatigado en la multitud de tus consejos.
Parezcan ahora y defiéndante los contempladores de los cielos,
los especuladores de las estrellas, los que contaban los meses,
para pronosticar lo que vendrá sobre ti."
"He aquí que serán como tamo; …
no salvarán sus vidas del poder de la llama;…
no habrá quien te salve." (Isa. 47: 1-15).


A CADA NACIÓN que subió al escenario de acción se le permitió ocupar su lugar en la tierra, para que pudiese determinarse si iba a cumplir los propósitos del Vigilante y Santo. La profecía describió el nacimiento y el progreso de los grandes imperios mundiales: Babilonia, Medo - Persia, Grecia y Roma. Con cada uno de ellos, como con las naciones de menos potencia, la historia se repitió. Cada uno tuvo su plazo de prueba; cada uno fracasó, su gloria se desvaneció y desapareció su poder.
Aunque las naciones rechazaron los principios divinos y con ello labraron su propia ruina, un propósito divino predominante ha estado obrando manifiestamente a través de los 393 siglos.

Fue esto lo que vio el profeta Ezequiel en la maravillosa representación que se le dio durante su destierro en la tierra de los caldeos, cuando se desplegaron ante su mirada atónita los símbolos que revelaban un poder señoreador que rige los asuntos de los gobernantes terrenales.

A orillas del río Chebar, Ezequiel contempló un torbellino que parecía venir del norte, "una gran nube, con un fuego envolvente, y en derredor suyo un resplandor, y en medio del fuego una cosa que parecía como de ámbar." Cierto número de ruedas entrelazadas unas con otras eran movidas por cuatro seres vivientes. Muy alto, por encima de éstos "veíase la figura de un trono que parecía de piedra de zafiro; y sobre la figura del trono había una semejanza que parecía de hombre sentado sobre él." "Y apareció en los querubines la figura de una mano humana debajo de sus alas." (Eze. 1: 4, 26; 10: 8).
Las ruedas eran tan complicadas en su ordenamiento, que a primera vista parecían confusas; y sin embargo se movían en armonía perfecta. Seres celestiales, sostenidos y guiados por la mano que había debajo de las alas de los querubines, impelían aquellas ruedas; sobre ellos, en el trono de zafiro, estaba el Eterno; y en derredor del trono, había un arco iris, emblema de la misericordia divina.

Como las complicaciones semejantes a ruedas eran dirigidas por la mano que había debajo de las alas de los querubines, el complicado juego de los acontecimientos humanos se halla bajo el control divino.

En medio de las disensiones y el tumulto de las naciones, el que está sentado más arriba que los querubines sigue guiando los asuntos de esta tierra.

La historia de las naciones nos habla a nosotros hoy. Dios asignó a cada nación e individuo un lugar en su gran plan. Hoy los hombres y las naciones son probados por la plomada que está en la mano de Aquel que no comete error. Por su propia elección, cada uno decide su destino, y Dios lo rige todo para cumplir sus propósitos. (PR 391-393). EGW/MHP

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