Se dan las razones del porqué los enemigos afligen a Jerusalén. En primer
lugar, por (9-12) La necedad de Jerusalén en entender los propósitos divinos. Y
seguida por la (13-17) practica de una religión formalista, que se centra en la
hipocresía.
9
Deteneos y maravillaos; ofuscaos y cegaos; embriagaos, y no de vino; tambaleas,
y no de sidra. 10 Porque Jehová derramó sobre vosotros espíritu de sueño,
y cerró los ojos de vuestros profetas, y puso velo sobre las cabezas de
vuestros videntes. 11 Y os será toda visión como palabras de libro
sellado, el cual si dieren al que sabe leer, y le dijeren: Lee ahora esto; él
dirá: No puedo, porque está sellado. 12 Y si se diere el libro al que no
sabe leer, diciéndole: lee ahora esto; él dirá: No sé leer.
13 Dice,
pues, el Señor: Porque este pueblo se
acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos
de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido
enseñado; 14 por tanto, he aquí que nuevamente excitaré yo la admiración de este
pueblo con un prodigio grande y espantoso; porque perecerá la sabiduría de sus
sabios, y se desvanecerá la inteligencia de sus entendidos. 15 ¡Ay de los
que se esconden de Jehová, encubriendo el consejo, y sus obras están en
tinieblas, y dicen: ¿Quién nos ve, y quién nos conoce? 16 Vuestra
perversidad ciertamente será reputada como el barro del alfarero. ¿Acaso la obra dirá de su hacedor: No me hizo? ¿Dirá la vasija de aquel que la ha formado:
No entendió? 17 ¿No se convertirá de aquí a muy poco tiempo el Líbano en
campo fructífero, y el campo fértil será estimado por bosque? (Isaías
29).
9.
Deteneos. Isaías invita a los moradores de Jerusalén a que se detengan en sus
actividades, y consideren su verdadera situación. Marávillaos. Heb.
"Miraos atónitos". Ofuscaos y cegaos. El verbo aquí
no es claro, lo cual ha permitido más de una traducción: "cegaos y quedad
ciegos" (BJ) o "mirad en torno a vosotros (con temor y
ansiedad)".
Embriagaos,
y no de vino. Isaías ya no habla de los ejércitos asirios, sino que se dirige una vez
más al pueblo de Jerusalén. Les había presentado un mensaje que debería
haberlos hecho temblar, pero estaban como en un estupor y eran incapaces de
comprender la solemne importancia de la advertencia. Habían perdido el juicio y
la razón, no por la embriaguez del vino, sino porque estaban tan ocupados con
las cosas terrenas que no 255 podían comprender el mensaje del cielo (ver com.
vers. 1).
10. Cerró
los ojos. En los días de Isaías no fue Dios quien cegó los
ojos del pueblo o entorpeció su corazón. Ellos mismos provocaron esa situación
por haber rechazado las advertencias que Dios les enviaba. Con cada
rechazo de la verdad, el corazón se endurece más, y la percepción espiritual se
embota más, hasta que al final es completamente imposible percibir las cosas
espirituales. Dios no se deleita con la muerte
de los impíos, y hace todo lo posible para apartarlos de sus malos caminos, a
fin de que puedan vivir y no morir (Eze. 18: 23-32; 33: 11; 1 Tim. 2: 4; 2 Ped.
3: 9).
El pueblo
de Judá andaba a tientas, como dormido (ver com. vers. 9). Los ojos de su
entendimiento estaban enceguecidos. Sus dirigentes, que tenían el deber de
guiar a la nación, habían perdido todo sentido de dirección. Sus profetas, que
profetizaban por dinero, estaban totalmente ciegos. Dios les había enviado
mensaje tras mensaje, pero cada vez que rechazaban la luz del cielo se
enceguecían más y su percepción de la verdad se embotaba más. En este sentido
el Señor había "cerrado" sus ojos (ver com. Exo. 4: 21).
11. Toda
visión. Es decir, todo lo que Isaías les había dicho. Libro
sellado. En la antigüedad, los documentos comúnmente se enrollaban y
luego se los sellaba (ver com. Neh. 9: 38; cf. t. III, ilustración frente a la
p. 96). Los solemnes mensajes de Isaías no tenían más valor, para los
habitantes de Jerusalén, que si el profeta los hubiera escrito en un libro que
hubiera sellado para que no se pudiera leer el contenido. La incredulidad y la desobediencia habían impedido tan
efectivamente, que les llegara la luz del cielo, como si nunca les hubiera sido
revelada. Para los
hombres que se niegan a estudiarla, o que rehúsan creer en sus solemnes
advertencias, la Biblia es un libro sellado. Los profetas han dado al mundo
mensajes inspirados de luz y esperanza, pero hoy, como entonces, el mundo anda
en tinieblas porque se niega a ver (ver com. Ose. 4: 6).
12. Que
no sabe leer. O sea, que no profesa comprender los caminos de Dios como lo pretendían
los profetas del vers. 10. Una persona puede ser sabia en las cosas de este
mundo, pero ignorante en las cosas de Dios; viceversa, se puede ser novato en
los conocimientos mundanos y sin embargo ser sabio en las cosas de Dios. El
prejuicio y la incredulidad cierran los ojos del discernimiento espiritual del
hombre a las cosas que Dios ha revelado para el esclarecimiento y la bendición
del mundo.
13. Con
su boca. La gente de Jerusalén hacía gran gala de religiosidad, pero en su
corazón ni siquiera conocía a Dios. Lo mismo ocurrió en los días de Cristo (ver
com. Mat. 7: 21-23; 15: 8-9; 23: 4; Mar. 7: 6-9). Eran hipócritas (ver com.
Mat. 6:2). Su culto consistía en seguir un ritual enteramente despropósito de
verdadera comunión con el cielo (cf. 2 Tm. 3: 5). Consideraban que el
cumplimiento externo satisfacía los requerimientos divinos, y pensaban que de
ese modo merecerían el favor de Dios (ver com. Miq. 6: 6-8).
14. La
sabiduría de sus sabios. Cuando los hombres
no toman en cuenta a Dios, su sabiduría se transforma en necedad. Por cuanto no aman la luz, se los deja que anden en tinieblas (2 Tes. 2:
12; cf. Ose. 4: 6). Este fue el caso de los dirigentes, Judíos. Oscurecieron el
consejo con "palabras sin sabiduría" (Job 38: 2), y la luz de la
nación quedó condenada a transformarse en oscuridad.
15. ¿Quién
nos ve? Procuraban ocultar su hipocresía, sus motivos y sus acciones, con la
esperanza de que ni los hombres ni Dios pudieran descubrir su verdadero
carácter.
16.
Vuestra perversidad. "¡Qué error el vuestro!"(BJ).
Estaban intentando, por así decirlo, que el alfarero obedeciera al barro. Se
creían poseedores de una sabiduría mayor que la del Creador. Estos dirigentes espirituales eran virtualmente ateos;
la religión que practicaban era sólo un disfraz.
17. A muy
poco tiempo. Isaías no era sólo profeta de castigos
sino también de esperanza. Era un verdadero optimista. No sólo veía la oscuridad del presente sino también
la gloriosa luz del futuro (ver com. cap. 9: 2). Aunque
Judá pereciera y sus fértiles campos no dieran más fruto, vendría el tiempo
cuando la tierra sería otra vez fructífera, cuando el desierto se transformaría
en "campo fructífero, y el campo fértil" fuera "estimado por
bosque" (cap. 32:15; cf. cap. 35: 1; 41: 17-19; 55: 13). (4CBA).
Ministerio Hno. Pio
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