2 Corintios 5.
LOS APÓSTOLES SOSTENIDOS POR EL PODER DIVINO EN SU MINISTERIO: Vers. (1-8) Pablo expresa la certeza de su esperanza en la gloria inmortal, (9-11) acerca de cómo la espera y también el juicio general, y cómo se esmera para mantener una limpia conciencia, (12-13) no para gloriarse, (14-17) sino como uno que, habiendo recibido vida de Cristo, se esfuerza por vivir como una nueva criatura en Cristo; (18-21) y mediante su ministerio de reconciliación, reconciliar a otros con Dios por medio de Cristo.
1 Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciera, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos.
2 Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial; 3 pues así seremos hallados vestidos, y no desnudos. 4 Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida.
5 Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado las arras del Espíritu. 6 Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor. 7 (porque por fe andamos, no por vista); 8 pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor.
9 Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables. 10 Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo. 11 Conociendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a los hombres; pero a Dios le es manifiesto lo que somos; y espero que también lo sea a vuestras conciencias.
12 No nos recomendamos, pues, otra vez a vosotros, sino os damos ocasión de gloriaros por nosotros, para que tengáis con qué responder a los que se glorían en las apariencias y no en el corazón. 13 Porque si estamos locos, es para Dios; y si somos cuerdos, es para vosotros.
14 Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; 15 y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. 16 De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así. 17 De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.
18 Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; 19 que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. 20 Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. 21 Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él. (2 Corintios 5).
1. Porque sabemos. Es decir, por fe, no por experiencia. La conjunción causal "porque" establece una continuación del tema entre los cap. 4 y 5. Pablo explica que la razón de la esperanza presentada en el cap. 4 deriva de su certeza acerca de la resurrección cuando Cristo venga por segunda vez.
La resurrección es el portal del mundo eterno, y por lo tanto era el núcleo del ferviente deseo de Pablo. Jesús expresó la misma seguridad acerca de las verdades que enseñaba (cf, Juan 3:11; 4:22).
Nuestra morada terrestre. Literalmente, "nuestra carpa terrestre". En relación con esta "morada terrestre" Pablo también habla de estar ausente "del Señor" mientras está "en el cuerpo" (vers. 6) y de gemir con angustia hasta que esta "morada terrestre" se "deshiciera" (vers. 1) y él pueda tomar posesión de su "habitación celestial" (vers. 2).
La comparación del cuerpo humano con una carpa o tienda era natural para uno que se ocupaba en fabricar carpas (ver Hech. 18:3), pues se parecen en varios respectos: los materiales de los cuales ambos están hechos provienen de la tierra, ambos son de naturaleza transitoria y se destruyen con facilidad.
Una tienda es sólo un lugar transitorio para vivir, y puede ser desarmada y transportada a otro lugar en cualquier momento. De acuerdo con Juan 1:14, Cristo "puso su tienda" entre nosotros cuando tomó cuerpo humano al hacerse humano (ver el comentario respectivo). Pedro también compara el cuerpo humano con una "tienda" o "tabernáculo" (2 Ped. 1:13-14, BJ, BC, NC, RVA).
Tenemos. La confianza de Pablo en la bendita esperanza de la resurrección es tan segura (1 Cor. 15:20), que habla de su "morada" futura en tiempo presente. Tiene los ojos fijos en las cosas que aún "no se ven" (2 Cor. 4:18). Su "morada" celestial es tan real para él como su "morada" terrenal. Los héroes de la fe enumerados en Hebreos 11 también aceptaron las promesas de Dios y procedieron conforme a ellas como si hubieran sido realidades presentes. Pablo tiene el título y el derecho a su "morada" celestial, y no vacila en reclamarla como suya.
De Dios un edificio. Pablo habla de su "edificio" de Dios como de una "habitación celestial" (vers. 2) "no hecha de manos" sino "eterna" (vers. 1). Habla de tomar posesión de esa casa y de ser revestido con ella (vers. 2), y de estar ausente "del cuerpo" cuando esté presente con el Señor (vers., 8). Algunos han identificado este "edificio" con las "moradas" de Juan 14: 2; pero si la referencia es a moradas celestiales literales, entonces la morada terrenal también debiera referirse a casas terrenales literales; pero es obvio que el autor no está pensando en esto.
La mayoría de los expositores bíblicos concuerdan en que Pablo se refiere aquí al "cuerpo espiritual" que se dará a los creyentes en el momento de la resurrección (ver com. 1 Cor. 15: 35-54). El apóstol habla de su "morada terrestre" como de una "tienda" o "carpa" y de su "morada" celestial como de un "edificio". La primera es un lugar transitorio; la segunda, permanente. Los cuerpos de los santos resucitados se asemejarán al de su Señor resucitado (Luc. 24:36-43; Fil. 3:21).
2. Gemimos. La vida futura era tan real para Pablo, que anticipaba con anhelo el tiempo cuando pudiera cambiar esta vida por la venidera. Sabía que le aguardaba un cuerpo glorioso, y gemía con ardiente anhelo por tomar posesión de él (Rom. 7:24; 8:23-25).
Ser revestidos. Pablo combina ahora la figura de una tienda o casa con la de un vestido. Su confianza absoluta en la resurrección y en las promesas de Dios hacen que la vida futura le parezca incomparablemente preferible a la presente. Pablo se habría sentido feliz de cambiar su cuerpo mortal por su cuerpo inmortal futuro sin sufrir la muerte, la cual describe como ser hallado "desnudos" (3).
Los que duermen en Jesús y los que hayan quedado vivos, todos recibirán sus cuerpos inmortales al mismo tiempo en el día de la resurrección (1 Tes. 4:14-17; cf. 1 Cor. 15:51-54; 2 Tim. 4:6-8). Pablo hubiera preferido ser trasladado sin ver la muerte. Celestial. Ver com. vers. 1.
3. Hallados vestidos. Es decir, o con los cuerpos terrenales y mortales, o con los cuerpos celestiales e inmortales.
Desnudos. Es decir, sin "morada terrestre" (vers. 1) ni "habitación celestial" (vers. 2). Pablo prefería, si hubiera sido posible, ser trasladado sin ver la muerte; quería unirse con el grupo selecto de Enoc y Elías, quienes fueron trasladados sin ver la muerte (Gén. 5:24; 2 Rey 2:11). Si ese estado intermedio -en el cual no habría tenido un cuerpo ni terrenal ni celestial; ver com. "Presentes al Señor"- le hubiera ofrecido la perspectiva de estar en forma de espíritu, sin cuerpo, disfrutando de la presencia de Dios, Pablo no habría deseado evitarlo tan fervientemente (2 Cor. 5:2-4).
Si hubiese sido posible ese bendito estado, ¿por qué el apóstol habría deseado tan ardientemente ser estorbado por otro cuerpo, aunque hubiera sido un cuerpo celestial? Ver com. vers. 4.
4. Gemimos. Ver com. 2 Cor. 5:2; cf. Rom. 8:20-23.
Con angustia. Pablo estaba completamente consciente de la fragilidad de la "tienda" mortal, que tarde o temprano debía deshacerse (cap. 4:7-12). Anhelaba quedar liberado de todas las flaquezas y los sufrimientos de esta vida actual. El episodio por el que acababa de pasar en Éfeso y su preocupación por la iglesia de Corinto casi habían traspasado el límite de lo que puede soportar un ser humano (ver com. cap. 1:8-9; 2:13; 11:23-28).
Desnudados. Esto es, sin cuerpo, ni mortal ni inmortal.
Absorbido por la vida. Es claro por el vers. 4 que la inmortalidad no ocupará el lugar de la mortalidad hasta que el ser humano sea "revestido" con "aquella. . . habitación celestial" (vers. 2).
Pablo no apoya aquí la enseñanza -sin base en la Biblia- de que cuando uno es "desnudado" entra en un estado de existencia inmortal (ver com. 1 Cor. 15:51-54; 1Tes. 4:15-17; 2 Tim. 4:6-8).
5. Nos hizo. Gr. katergázomai, "realizar", "cumplir", "alcanzar", "preparar".
La obra del Evangelio es la de hacer aptos a los seres humanos para que reciban la "vida" (ver Efe. 2:10; 1 Ped. 5:10).
Para esto mismo. Es decir, para el cambio de la mortalidad a la inmortalidad.
El cristiano debe ser la persona más alegre en el mundo, pero al mismo tiempo la más descontenta con el mundo; es como un viajero: completamente satisfecho con la posada como tal, pero siempre deseando ir en camino a su casa. Debe anhelar las realidades eternas, no las cosas transitorias de la tierra.
La mente carnal se satisface con lo que pueden ver los ojos; la mente del cristiano, con las cosas que son invisibles (cap. 4:18). El intenso anhelo de justicia y del mundo eterno, antes que por las insignificancias de este mundo, demuestra conversión genuina y madurez cristiana (ver com. Mat. 5:48).
Arras. Ver com. cap. 1:22.
6. Confiados siempre. En el pensamiento de Pablo nunca hubo la menor duda en cuanto a la certeza de la resurrección (ver com. vers. 14).
El cuerpo. Es decir, la "morada terrestre" (ver com. vers. 1).
Ausentes del Señor. Esto es, no en su presencia inmediata, no "revestidos" aún con "aquella. . . habitación celestial" (vers. 2); sin poder ver al Señor "cara a cara" (1 Cor. 13:12; cf. 3 Juan 14). Ver com. vers. 8.
7. Por fe. La confianza de Pablo en la resurrección (vers. 6, 8) tiene como base la fe (ver com. cap. 4:18). El apóstol camina en esta vida por fe, así como en la vida venidera caminará "por vista".
Andamos. Es decir, vivimos como cristianos en esta vida actual (Rom. 6:4; 8:1,4; 13:13; 1 Cor. 7:17; Gál. 5:16; Efe. 2:2,10).
Vista. Gr. éidos, "apariencia", "forma", "aspecto". Éidos se refiere a las cosas que se ven, no a la facultad de ver (cf. Luc. 9:29, "apariencia"; Juan 5:37, "aspecto"). Creemos en el Señor sin haberlo visto. Hasta el momento en que lo veamos cara a cara, nuestra manera de vivir como cristianos depende de nuestra creencia en lo invisible. Hay dos mundos, el visible y el invisible, que serían uno solo si el pecado no hubiera entrado al mundo. Una persona camina "por vista" cuando está bajo la influencia de las cosas materiales, temporales; pero camina por fe cuando está bajo la influencia de las cosas eternas.
Las apariencias externas determinan las decisiones y la conducta de la persona que no ha sido regenerada; pero el cristiano tiene una convicción tan firme respecto a las realidades del mundo eterno, que piensa y actúa movido por la fe, a la luz de las cosas que sólo son visibles para el ojo de la fe (ver com. Mat. 6:24-34; 2 Cor. 4:18).
Los que caminan guiándose por lo visible y no por fe, están expresando dudas acerca de las realidades invisibles y de las promesas de Dios. Por medio de la fe el reino de Dios se convierte en una realidad viviente aquí y ahora. La fe "es por el oír" y "el oír por la palabra de Dios" (ver com. Rom. 10:17).
Ver com. Heb. 11:1,6,13,27,39.
8. Ausentes del cuerpo. Es decir, de la vida en este mundo actual.
Presentes al Señor. Una lectura superficial de los vers. 6-8 ha hecho que algunos lleguen a la conclusión de que con la muerte el alma del cristiano inmediatamente se hace presente ante el "Señor", y que Pablo daba la bienvenida a la muerte deseando ardientemente estar con el Señor (vers. 2); pero en el vers. 3 y 4 ha descrito la muerte como un estado de desnudez. De serie posible espera evitar ese estado intermedio, pero anhela intensamente estar "revestido" de "aquella. . . habitación celestial". En otras palabras, espera ser trasladado sin ver la muerte (ver com. vers. 2-4). En otros pasajes (ver com. 1 Cor. 15:51-54; 1 Tes. 4:15-17; 2 Tim, 4:6-8; etc.) Pablo afirma con certeza que los hombres no son "revestidos" de inmortalidad individualmente al morir, sino simultáneamente en la resurrección de los justos.
O para afirmarlo de esta manera: En 2 Cor. 5:2-4 Pablo ya ha declarado que la "vida" -evidentemente la vida inmortal- se alcanza cuando uno es "revestido" con su "habitación celestial" en la resurrección (ver com. vers. 4), no estando "desnudo" o "desnudado" debido a la muerte. En el vers. 8 expresa el deseo de estar ausente "del cuerpo" y presente "al Señor", y es obvio que "estar ausentes del cuerpo" no significa estar desencarnado -"desnudo" o "desnudado"-, pues en los vers. 2-4 ha afirmado claramente que no desea ese estado intermedio y que lo evitaría de ser posible.
Por lo tanto, tener "vida" (vers. 4) y estar presente "al Señor" (vers. 8) requiere la posesión de "aquella... habitación celestial" (vers. 2).
Por estas razones, un estudio cuidadoso de las declaraciones de Pablo elimina clara y decisivamente cualquier posibilidad de un estado consciente entre la muerte y la resurrección en el que los seres humanos, como espíritus descarnados ("desnudos" o "desnudados"), estarán "presentes al Señor". Cf. Rom. 8:22-23; ver com. Fil. 1:21-23.
En la Biblia se afirma que la muerte no es sino un sueño del cual serán despertados los creyentes en la primera resurrección (Juan 11:11-14, 25-26; 1Cor. 15:20, 51-54; 1 Tes. 4:14-17; 5:10). Sólo entonces los fieles que estén vivos y los fieles resucitados estarán con el Señor (ver com. 1 Tes. 4:16-18). Ninguno de esos grupos precederá al otro (cf. Heb. 11:39-40).
9. Por tanto. Es decir, en vista de la confianza de Pablo en la resurrección y en la vida futura (vers. 6-8).
Procuramos. Gr. filotiméomai, "desear honores", "afanarse", "trabajar con empeño" (cf. Rom. 15:20; 1 Tes. 4:11); de ahí que sea más expresiva la traducción "nos afanamos" (BJ). Lo que siempre motivó a Pablo a avanzar a pesar de las pruebas que lo acosaban (cf. 2 Cor. 4:7-18) era la gloriosa perspectiva de la resurrección o de la traslación sin ver la muerte, tanto para él como para sus conversos. Pablo se afanaba personalmente por llegar a ser "agradable" al Señor cuando estuviera ante "el tribunal de Cristo" (5:10).
Trabajaba no para ganar méritos ante Dios, ni para expiar sus pecados, ni para añadir algo al don de injusticia de Cristo, sino para cooperar con Cristo en la obra de salvar a sus prójimos (1 Cor. 15:9-10; Col. 1:29). También se esforzaba para que en su vida todo fuera un reflejo de Cristo, pues reconocía que esto sería agradable y aceptable a la vista del Señor. La diferencia entre el creyente sincero y el que pretende serlo, es que el primero busca la aprobación de Dios y el otro la aprobación de los hombres.
El que se propone vivir no para sí mismo sino para Cristo, no pasa su tiempo en la comodidad y el ocio o en la búsqueda de placeres terrenales (Gál. 1:10).
En la antigüedad los refinadores de oro miraban fijamente el metal fundido en su crisol hasta poder ver su propio rostro reflejado en el metal; entonces sabían que el oro estaba puro.
Cristo también procura reflejarse en nosotros (cf. Job 23:10).
Tenemos el privilegio de llegar a ser semejantes a Cristo, de quien se dice que no "se agradó a sí mismo" (Rom. 15:3; cf. Heb. 11:5). La diferencia que hay entre hacer lo correcto porque es correcto y porque Dios lo pide, y hacerlo por el gozo que produce porque se hace por Cristo, es inconmensurable. Aunque es laudable hacer lo correcto como un dictado del deber, mucho mejor es hacerlo movido por un corazón rebosante de amor por el Maestro.
El amor de Cristo fue el que constriñó a Pablo a vivir como vivió (2 Cor. 5:14).
El peso de la obediencia a los mandamientos de Dios se aligera cuando la obediencia es motivada por el amor (ver com. Mat. 11:28-30; cf. Rom. 8:1-4).
El sincero deseo de agradar a Cristo capacita al cristiano para discernir con absoluta seguridad entre lo malo y lo bueno (ver com. Rom. 8:5-8).
Ausentes o presentes. Ver com. vers. 6,8. Serle agradables. La gran preocupación de Pablo no era si continuaría viviendo o si pronto terminarían sus labores terrenales. Su único interés era que, a pesar de cualquier cosa que sucediera, su vida fuera tal que recibiera la aprobación de Dios (2 Tim. 1:6-8; ver com. Mat. 25:21; Luc. 19:17).
10. Porque es necesario. La conjunción causal "porque" relaciona este versículo con lo anterior. El hecho de que tendría que presentarse delante de Dios en el gran día del juicio, era razón suficiente para que Pablo procurara con tanto fervor ser considerado como "agradable" ante el Señor. Se proponía cumplir fiel y abnegadamente la obra que le había sido confiada como embajador de Cristo.
Aquellos para quienes la solemnidad de ese día es una realidad, siempre serán diligentes y sinceros en colocar a Dios primero y en agradecerle cotidianamente en sus vidas.
El juicio final es necesario para defender y justificar el carácter y la justicia de Dios (Sal. 51:4; Rom. 2:5; 3:26).
En esta tierra con frecuencia los mejores son los que sufren más, mientras que es común que prosperen los peores (Sal. 37:35-39; cf. Apoc. 6:9-11).
Sin embargo, el carácter de Dios requiere que finalmente les vaya bien a los que hacen el bien, y mal a los que hacen mal, lo cual no sucede hoy. Por lo tanto, llegará un día cuando todas las injusticias actuales serán eliminadas. Esto también es necesario para que Cristo pueda consumar su triunfo sobre el príncipe de las tinieblas y sus seguidores (Isa. 45:23; Rom. 14:10-11; Fil. 2:10; CS 724-730), y para que pueda recibir lo que compró con su propia sangre (Heb. 2:11-13; cf. Juan 14:1-3).
Comparezcamos. Gr. faneróÇ, "manifestar", "hacer visible", "hacer saber", "mostrar", "hacer público". "Seamos puestos al descubierto" (BJ). Este vocablo (faneróÇ) aparece nueve veces en 2 Corintios. En ese gran día todos no sólo comparecerán ante el tribunal, sino que se revelará qué clase de personas son. Quedarán al descubierto los secretos de su vida (Ecl. 12:14; Rom. 2:16; 1 Cor. 4:5). A todos se les escuchará con justicia (cf. Jud. 15). Nadie será juzgado en ausencia o por medio de un representante (Rom. 14:12; cf. Sant. 2:12-13).
Tribunal. Gr. b'ma, "plataforma" desde la cual se daban los fallos judiciales Romanos. Cristo será el juez único y final (Mat. 11:27; Juan 5:22-27; Hech. 1, 7:31; 1 Ped. 4:5), y está especialmente capacitado para esa función. Es el Creador y el Redentor del mundo. El pensamiento de que nuestro Salvador será finalmente nuestro, juez es solemne y pavoroso.
Él tomó la naturaleza de los que se presentarán ante su tribunal (Fil. 2:6-8), de aquellos cuyo destino será decidido por él. Soportó todas las tentaciones a las que ellos han estado sometidos (Heb. 2:14-17; 4:15). Estuvo en lugar del hombre. En Cristo se combinan la sabiduría divina con la experiencia humana. Su comprensión y perspicacia son infinitas (Heb. 4:13).
La justicia de Dios se ha unido en Cristo con la de un Hombre perfecto.
Dios el Padre en su función como "Juez de todos" se ha unido con Cristo (Heb. 12:23-24); el apóstol Juan lo contempló sentado sobre un "gran trono blanco" al terminar los mil años (Apoc. 20:11-12).
Reciba. Gr. komízÇ, (voz media) "recoger", "granjearse", "obtener".
Las obras buenas o malas de los seres humanos se registran en el cielo (Ecl. 12:13-14; cf Efe. 6:8; Col. 3:25; 1Tim. 6:19).
Según. Las obras de los hombres serán juzgadas de acuerdo con la gran norma de conducta: la ley de Dios (Ecl. 12:13-14; Rom. 2:12-13; Sant. 1:25; 2:10-12). En el juicio final no habrá una norma de justicia indefinida, y por lo tanto no habrá la oportunidad de escapar a una justa retribución recurriendo tardíamente a la misericordia divina (Gál. 6:7; Apoc. 22:12).
En el cuerpo. Es decir, mientras se vivió (ver com. vers. 6). Aquí evidentemente se limita el tiempo de gracia a la existencia del hombre en este mundo, que termina con la corrupción del cuerpo (vers. 1),
11. Temor. Este temor es muy diferente al terror que en el día final sentirán los pecadores perdidos.
El temor de Dios es el principio de la sabiduría (Sal. 111:10; Prov. 9:10); es sinónimo de una profunda reverencia como la que sintió Isaías cuando estuvo en la presencia de Dios (Isa. 6:5), y se basa en la comprensión del carácter, la majestad y la grandeza de Dios frente a nuestra propia indignidad.
Ese temor es la raíz y el origen de la verdadera piedad; impide la presunción (Prov. 26:12), evita el pecado (2 Crón. 19:7; Job 1:1,8; 28:28; Prov. 8:13; Hech. 5:5), y elimina todos los otros temores (Prov. 14:26-27; 19:23).
El que permanece en el temor de Dios puede librarse de toda ansiedad. El temor de Jehová es adoración reverente a un amante Padre celestial y respeto obediente a él (Sal. 103:11; cf. Sal. 111:10; ver com. Sal. 19:9).
Persuadimos a los hombres. Ver com. vers. 20.
A Dios le es manifiesto. Dios sabe lo que somos, y como está implícito en el texto griego, siempre nos ha conocido. "Ante Dios estamos al descubierto" (BJ). Dios conocía muy bien el elevado propósito de Pablo de agradarle antes que todo, y confiaba en que para entonces los creyentes corintios también estuvieran persuadidos de lo mismo. Algunos, y quizá muchos de ellos, habían sido tentados a dudar de la buena fe del apóstol, y él recurre a su buen juicio con el anhelo de que reconozcan las cosas como son. El verdadero carácter de Pablo como embajador de Cristo (vers. 20) debía ahora ser claro para todos ellos.
12. No nos recomendamos. En sus dos epístolas a los corintios Pablo defiende y enaltece su ministerio, no para ensalzarse sino para ganar la confianza de los corintios hacia su mensaje y hacia él como mensajero de Dios.
Su predicación entre ellos había sido con poder (1 Cor. 2:4; 15:1-2). Era su padre espiritual (1 Cor. 4:15) y su conductor en las cosas espirituales (11:1).
Su ministerio había sido del "espíritu" y no de la "letra", de una transformación interior y no de apariencias exteriores (2 Cor. 3:6).
Pablo podía "recomendarse" a sí mismo debido a la rectitud y pureza de la verdad que proclamaba (cap. 4:1-2) y los sacrificios y sufrimientos que continuamente había padecido por causa de la verdad (cap. 4:8-10; 11:21-30).
Los corintios podrían entender todo esto como jactancia, y sin duda muchos ya habían interpretado así algunas declaraciones de Pablo en su epístola anterior, como parece deducirse por el uso que hace aquí de la frase "otra vez" (cf. cap. 3:1). Ahora declara categóricamente que en todo lo que escribió no había jactancia ninguna. Su propósito era responder a las despectivas observaciones de los que menospreciaban su ministerio.
Ocasión. Gr. aform', "base de operaciones", "punto de partida", "incentivo". Pablo presenta ahora el propósito que lo impulsaba a defender su ministerio. Los corintios estaban empeñados en una lucha espiritual con los enemigos del Evangelio que ambicionaban cargos de liderazgo en la iglesia y que trataban de ocuparlos desacreditando a Pablo. Se habían presentado con credenciales en la forma de cartas de recomendación, las cuales afirmaban que provenían de los hermanos de Judea.
Presentaban a Pablo como un advenedizo que se recomendaba a sí mismo y argumentaban que ellos estaban investidos con una autoridad proveniente de los apóstoles (ver com. cap. 3: 1), y no sólo eso, sino que pretendían ser dirigentes y "ministros" (cap. 11:22-23). Pablo se refiere a ellos como a "falsos apóstoles" y "obreros fraudulentos" (cap. 11:13).
Es evidente que un considerable número de los creyentes de Corinto habían sido engañados por esos hombres que fraudulentamente querían apoderarse de la conducción de la iglesia corintia. Pablo declara que el único propósito que lo movía a defender su ministerio era proporcionar a la iglesia una información correcta y respuestas adecuadas para hacer callar a esos falsos apóstoles.
Gloriaros. Es decir, estar orgullosos de alguien o de algo (ver com. cap. 1:14, en donde un sustantivo afín se ha traducido "gloria").
Apariencias. Literalmente "rostro", "semblante", y por lo tanto "apariencia externa".
Los que se llamaban a sí mismos apóstoles no eran lo que afirmaban y parecían ser. Podían tener "cartas de recomendación", pero no el testimonio interno del Espíritu en los corazones de hombres y mujeres que se habían convertido y consagrado (ver com. 3:1-3).
Esos falsos líderes causaban una mejor impresión que Pablo (2 Cor. 10:10) sobre aquellos cuyo juicio se basaba en las apariencias (ver com. 1 Sam. 16:7). Algunos corintios habían llegado al punto de mofarse de los defectos de Pablo: sus debilidades corporales y su vista defectuosa (2 Cor. 10:1,7,12; 12:8-10; Gál. 4:13-15; ver Material Suplementario de EGW, com. 2 Cor. 12:7-9). Además, Pablo reconocía que era "tosco" y de un lenguaje sencillo (2 Cor. 11:6).
La pretensión de los falsos apóstoles de que su ministerio tenía una autorización superior indudablemente estaba basada en una relación personal más íntima con los apóstoles más antiguos, y porque se apegaban rigurosamente a la "letra" de la ortodoxia hebrea (ver com. cap. 3:1-3).
Su jactancia se basaba en valores puramente externos. Es indudable que se olvidaban de las cualidades espirituales más elevadas, de las que Pablo prefería jactarse, si es que había algún motivo para hacerlo (cf. Gál. 6:14).
13. Si estamos locos. Los adversarios de Pablo sin duda lo acusaban de estar mentalmente trastornado. Su acusación quizá la basaban en su conversión milagrosa, en sus visiones (2 Cor. 12:1-4; Gál. 1:12), en su ferviente celo por Dios, en el hecho de que parecía que buscaba un martirio casi cierto (2 Cor. 12:10) y en el carácter revolucionario de su enseñanza. Años más tarde Festo le hizo la misma acusación (Hech. 26:24), cargo que también lanzaron contra Jesús aun sus mismos familiares (ver com. Mar. 3:21; cf. Mat. 12:24).
Es para Dios. Los aspectos de la vida y del ministerio de Pablo que sus enemigos podrían haber señalado como síntomas de trastorno mental, eran, en realidad, evidencias de su consagración al Señor.
Cuerdos. Los actos del apóstol, que reflejaban cordura y moderación, eran para el bienestar y la salvación de sus conversos. A Pablo no le preocupaban las acusaciones. ¿Qué importaba si sus enemigos lo consideraban loco? Tenía un solo propósito en vista: la honra y la gloria de Dios y la salvación de sus prójimos.
Para vosotros. Pablo, olvidándose siempre de sí mismo, como lo demostraban sus incesantes labores y frecuentes sufrimientos, vivía para otros.
14. Amor. Gr. agáp' (ver com. Mat. 5:43-44; 1 Cor. 13:1).
De Cristo. Sin duda Pablo se refiere al amor de Cristo hacia él, antes que a su amor por Cristo (ver Rom. 5:5; 8:35,39; 2 Cor. 13:14; Efe. 3:19; cf. 4T 457; 3JT 141; OE 310).
Sólo el amor de Cristo puede gobernar adecuadamente la vida; sin embargo, también es cierto que nuestro amor por Jesús es vital.
Pero el amor de Cristo por nosotros es siempre el factor dominante: "Le amamos a él, porque él nos amó primero" (1 Juan 4:19; cf. Juan 3:16).
Constriñe. Gr. sunéjÇ, "mantener juntos", "apretar", "guardar", "impeler", "dominar". "Nos apremia" (BC). El que elige ser guiado por el amor de Cristo no se aparta de la senda del deber, ni a diestra ni a siniestra, sino que, como Pablo, avanza en la obra del Señor decididamente y sin vacilar en sus propósitos (ver Hech. 20:24; 2 Cor. 4:7-11).
El amor de Cristo mantiene al creyente a salvo en la senda estrecha y difícil (ver com. Mat. 7:13-14).
Pensando esto. O "estando convencidos de esto". La declaración de la consagración de Pablo de los vers. 14 y 15 sin duda es una expresión de la decisión a la que llegó cuando se convirtió (Hech. 9:6; 26:19). A partir de entonces, la gran verdad de la expiación de Cristo fue siempre el factor que motivó y rigió su vida.
Si uno murió. La evidencia textual establece la omisión del "si" condicional (cf. p. 10). De todos modos la sintaxis griega exige en este pasaje que la conjunción ei se traduzca: "puesto que" y no "si". De ningún modo hay dudas. La muerte expiatoria de Cristo, la verdad de que murió en lugar de los pecadores, está más allá de toda duda, como podría indicarlo la conjunción castellana "si" (ver com. Isa. 53:4; Mat. 20:28).
Cristo se convirtió en cabeza de la raza humana cuando tomó el lugar de Adán (1 Cor. 15:22,45), y murió en la cruz como su representante.
De modo que, en cierto sentido, al morir Cristo, murió con él toda la raza humana. Como representaba a todos los hombres, su muerte equivalió a la muerte de todos (1Ped. 3:18; 1 Juan 2:2; 4:10; ver com. Rom. 5:12, 18-19.).
En él murieron todos los seres humanos; pagó completamente todas las demandas de la ley (Juan 3:16; Rom. 6:23).
Su muerte fue suficiente para pagar el castigo por todos los pecados. Sin embargo, esto no significa salvación universal pues cada pecador debe aceptar individualmente la expiación que le proporciona el Salvador a fin de que pueda ser eficaz para su caso personal (ver com. Juan 1:9-12; 3:16-19).
Por otra parte, no hay ninguna base bíblica para limitar la palabra "todos" a una supuesta minoría de elegidos mientras que el resto de la humanidad quedaría excluida de tener acceso a la gracia salvadora de la cruz, y por lo tanto predestinada a la perdición (ver com. Juan 3:16-21; Efe. 1:4-6).
La muerte de Cristo no sólo proporcionó expiación por los pecados y liberación de los pecadores arrepentidos de la muerte segunda (ver Apoc. 20:5,14); también hizo posible que ellos murieran a su naturaleza depravada y pecaminosa y resucitaran espiritualmente para caminar en una vida nueva (ver com. Rom. 6:3-4, cf. Gál. 2:19-20; Fil. 3:10; Col. 3:3).
15. Los que viven. Pablo amplía a continuación la importancia de la muerte de Cristo (ver com. vers. 14). Habla acerca del caso de los que han "sido bautizados en su muerte [la de Cristo]" (Rom. 6:3) y han resucitado para andar "en vida nueva" (Rom. 6:4; cf. Efe. 2:5-7). La deuda de pecado de ellos ha sido legalmente cancelada y están justificados ante Dios, capacitados espiritualmente por la gracia divina para vivir una vida aceptable ante Dios aquí, ahora y por la eternidad. El énfasis recae en una nueva orientación de la vida que se aparta del yo y va hacia Dios.
La nueva vida da testimonio del poder transformador del Espíritu Santo. Los más cálidos sentimientos del corazón y las mejores energías se dan a Cristo tanto en las cosas pequeñas de la vida como en las grandes. La vida produce los frutos del Espíritu (Gál. 5:22-23) y refleja el deleite del alma en hacer la voluntad de Dios (Sal. 1:2; 119:97). El amor a Dios y al prójimo se convierte en el motivo dominante de la vida, y la gloria de Dios es el fin de todo pensamiento y de toda acción. Una vida tal se sensibiliza más y más ante el pecado, se hace más consciente de su propia necesidad y está más lista para depender de la gracia de Cristo.
16. Nosotros. . . conocemos. Es decir, tenemos una opinión. En el texto griego el pronombre "nosotros" es enfático. Pablo se pone en contraste con otros, quizá con sus oponentes de la iglesia de Corinto, quienes destacaban la "letra" de la ley y daban tanta importancia a las apariencias externas (ver com. cap. 3:1-3; 4:18). De aquí en adelante. Es decir, desde que se convirtió, cuando cambiaron sus opiniones. Antes de ese tiempo había considerado a Cristo y a algunos hombres a través de los estrechos conceptos del judaísmo. Cuando Pablo era Saulo no había visto "hermosura" en el Salvador (Isa. 53:2); y el inevitable resultado fue que había odiado a Jesús como el Mesías, y también a sus seguidores (Hech. 8:3; 9:1).
Según la carne. Pablo se resiste a estimar a los hombres basándose en las apariencias. No se proponía juzgar a los hombres teniendo como norma su nacionalidad, linaje, educación, cultura, riqueza, alcurnia y la aprobación humana (cf. 1Cor. 1:26; 2 Cor. 1:17). Lo que tenía en cuenta era la "nueva criatura" (cap. 5:17).
Pablo ahora estimaba a los hombres desde el punto de vista de Cristo, de acuerdo con el carácter de ellos y su inclinación hacia las cosas espirituales (ver Mat. 5:19; 7:20-27; 12:46-50).
Esta nueva norma para justipreciar a los hombres es otro resultado de la muerte y la gloriosa resurrección de Cristo. El cristiano maduro ve en cada hombre un pecador que debe ser salvado y restaurado a la imagen de Dios, convirtiéndose así en un candidato para el reino de los ciclos. Las apariencias superficiales tienen poco valor; lo que vale es el corazón (ver com. 1 Sam. 16:7; 2 Cor. 4:18).
Desde este punto de vista una persona de inmensas riquezas podría ser sumamente pobre, y una de muchos conocimientos, completamente ignorante (ver com. Mat. 6:19-34; 1 Cor. 1:21-23; Col. 2:8).
A Cristo conocimos. Pablo había contemplado a Cristo antes de su conversión desde un punto de vista sólo humano: como un nazareno despreciado, un hombre de cuna humilde, sin educación académica, muy pobre y un impostor que había sido rechazado y crucificado.
A través de los siglos millones de personas de inclinación carnal han cometido el mismo error. En nuestros días abundan las apreciaciones sobre Cristo desde una perspectiva sólo humana. Los eruditos hablan de él como de un gran maestro; los filósofos lo consideran como un exponente de verdad y sabiduría; los sociólogos lo catalogan como un gran reformador social; los psicólogos ven en él a un profundo estudiante de la naturaleza humana, y los teólogos lo consideran como supremo entre los fundadores de las grandes religiones del mundo.
Pero para esos hombres Jesús es, en el mejor de los casos, el más grande, el más sabio y el mejor de los grandes hombres del mundo. Los eruditos se han esforzado al máximo para reconstruir el fondo histórico y cultural del Jesús humano, pero no han hecho esfuerzos por llegar a una apreciación más profunda de su divinidad y de su papel como el que salva a los hombres de sus pecados.
Leer la Biblia como si fuera un libro cualquiera es ver en Cristo sólo un hombre como cualquier otro hombre. Es posible espaciarse en los episodios conocidos de la vida de Jesús para formarse un concepto elevado de él y para organizar un bello sistema de ética con sus enseñanzas, y sin embargo pasar por alto las verdades más importantes del Evangelio. La carne y la sangre no disciernen en él al divino-humano Hijo de Dios e Hijo del hombre (Mat. 16:17).
Sólo la percepción espiritual puede discernir las cosas espirituales (1 Cor. 2:14). El que es una nueva criatura en Cristo Jesús (2 Cor. 5:17), no disminuye la importancia del Cristo histórico, pero va más allá de ese concepto de él y magnifica a ese humilde personaje como Señor y Dios. Lo hace porque su mente está iluminada por el Espíritu. "Nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo" (1 Cor. 12:3).
Ya no lo conocemos así. Es decir, desde el punto de vista que sostenía cuando era un inconverso. Pablo sabía ahora por experiencia personal y no simplemente por informaciones de segunda mano. Los adversarios de Pablo en Corinto pretendían tener mayor autoridad y más prerrogativas debido a su relación con los apóstoles de Jerusalén y quizá con Jesús mismo. Pero el énfasis de un conocimiento de Cristo "según la carne" inducía a los hombres a exagerar la importancia de aquellas cosas acerca de él que se veían materialmente y eran transitorias, mientras que subordinaban o ignoraban completamente las verdades espirituales más importantes, explícitas e implícitas en su vida y enseñanzas.
17. En Cristo. Esta es la definición favorita de Pablo de lo que es ser cristiano. Cuando él se hizo cristiano, fue bautizado "en Cristo Jesús" (Rom. 6:3), y la vida nueva que vivió de allí en adelante estuvo centralizada "en Cristo" (Juan 15:3-7). Estaba unido con Cristo y completamente sometido a la vida, poder, influencia y palabra de su Maestro. Toda la vida de Pablo se movía en una nueva esfera espiritual. Esto no admitía ninguna excepción.
Un pecador puede ser aceptado por Dios sólo "en Cristo" (Fil. 3:9), y sólo puede mantenerse firme viviendo la vida nueva (Juan 15:4-5; Gál. 2:20).
Los goces y sufrimientos, triunfos y pesares de la vida todos son "en Cristo" (Rom. 14:17; Fil. 3:9-10). Aun la muerte es despojada de su aguijón, pues los que "mueren en el Señor" son bienaventurados (Apoc. 14:13). El cristiano eleva cada experiencia y obligación humana a una nueva categoría que se designa con la expresión "en Cristo".
Criatura. Gr. ktísis, "creación", "cosa creada", "criatura". "Nueva creación" (BJ, BC). La persona debe ser transformada en una nueva criatura para que, impulsada por el amor de Cristo, no viva más para el yo sino para Dios, para que no juzgue más por las apariencias sino por el espíritu, para que conozca a Cristo según el espíritu y no según la carne. La transformación de un pecador perdido en una "nueva criatura" requiere la misma energía creadora que originalmente produjo la vida (Juan 3:3,5; Rom. 6:5-6; Efe. 2:10; Col. 3:9-10). Es un acto sobrenatural, completamente ajeno a la experiencia humana normal.
La nueva naturaleza no es producto de alguna virtud moral que algunos afirman que es inherente en el hombre, y que sólo necesita crecer y manifestarse. Hay miles de seres humanos de reconocida moralidad que no profesan ser cristianos y no son "nuevas criaturas". La naturaleza nueva no es simplemente el producto de un deseo, ni de una resolución de hacer lo recto (Rom. 7:15-18), ni de un asentimiento mental ante ciertas doctrinas, ni de un cambio en el que se abandonan un conjunto de opiniones o sentimientos a cambio de otros, ni siquiera de sentir dolor por el pecado. Es el resultado de la presencia de un poder sobrenatural dentro de la persona, que da como resultado su muerte al pecado y su nuevo nacimiento.
Así renacemos a la semejanza de Cristo, somos adoptados como hijos e hijas de Dios y marchamos por un nuevo camino (Eze. 36:26-27; Juan 1:12-13; 3:3-7; 5:24; Efe. 1:19; 2:1,10; 4:24; Tito 3:5; Sant. 1:18). Así somos hechos participantes de la naturaleza divina y se nos concede la posesión de la vida eterna (2 Ped. 1:4; 1 Juan 5:11-12).
El nuevo creyente no nace como un cristiano maduro y bien desarrollado. Al principio tiene la inexperiencia espiritual y la inmadurez de la infancia, pero como hijo de Dios tiene el privilegio y la oportunidad de crecer hasta la estatura plena de Cristo (ver com. Mat. 5:48; Efe. 4:14-16; 2 Ped. 3:18).
Todas son hechas nuevas. Ver com. Rom. 6: 4-6. La evidencia textual (cf.10) favorece la omisión del vocablo "todas". Entonces así quedará la última parte del vers. 17: "Las cosas viejas pasaron, he aquí son hechas nuevas".
18. Todo esto. Es decir, las cosas "nuevas" del vers. 17 en particular, y de ese modo el nuevo ministerio (cap. 3:6; 4:1) y un nuevo criterio para la formación del carácter (cap. 5:16). Dios es la fuente de "todo esto".
Consigo mismo. Aquí se expresa el pensamiento de que el hombre es quien necesita reconciliarse con Dios (cf. Efe. 2:16; Col. 1:20-21); sin embargo, también es cierto que Dios necesitaba ser reconciliado con el hombre (ver 1JT 218, 485; 2T 591). El pecado había causado una separación entre Dios y el hombre, y esa brecha fue salvada por Cristo, quien reconcilió no sólo al hombre con Dios sino también a Dios con el hombre.
Reconciliación. Gr. katallag', "cambio", "reconciliación". En el NT significa contar de nuevo con el favor de Dios (ver Rom. 5:1,10; Col. 1:20). La idea de la "reconciliación" con Dios implica que en lo pasado Dios y el hombre disfrutaban de comunión mutua, y que luego se han separado (Rom. 8:7), que Dios ha tomado la iniciativa para terminar con esa condición, y que, por lo tanto, otra vez es posible que el hombre disfrute de comunión con Dios.
Los hombres a veces conciben a Dios como un juez severo, airado con los pecadores, difícil de ser aplacado, inclemente, listo para condenar. Esa descripción lo desfigura y es una afrenta para él. Cristo no tuvo que ir a la cruz para apaciguar a Dios; lo hizo como demostración del amor divino. Dios no exigía la muerte de su Hijo, sino que lo entregó movido por el amor infinito de su corazón (Juan 3:16; 1 Juan 4:9; ver com. Rom. 3:25).
Además, Dios no podía poner a un lado su ley e impedir las consecuencias que siguen a su violación sin negar su propio carácter, del cual su ley es una expresión. Dios siempre ha odiado el pecado. Su justicia no puede tratar de la misma manera el bien y el mal. La expiación no cambia la ley; cambia la enemistad que resulta de su violación. La reconciliación elimina la enemistad mediante un sustituto que cumple las exigencias de la ley.
19. Dios estaba en Cristo. Una traducción más clara de esta frase sería: "Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo en Cristo [o 'mediante Cristo']". Los hombres deben comprender que aunque fue el Hijo quien murió en la cruz, murió como "el Cordero de Dios" (Juan 1:29).
Reconciliando consigo al mundo. La entrada del pecado había enemistado a los hombres con Dios, y el propósito de Cristo al venir a este mundo fue recuperar el afecto y la lealtad de los hombres para con Dios.
No tomándoles en cuenta. O "no computándoles", "no contando". Los pecados están registrados, aparecen contra los que los cometieron; pero la misericordia y la justicia de Dios han encontrado una forma de tratar con los culpables como si no fueran transgresores. El pecado es una deuda (Mat. 6:12) por la cual el pecador deberá rendir cuentas un día (cf. Mat. 25:19). Pero Dios no culpa de pecado a los que se han reconciliado con él mediante Cristo (Sal. 32:2).
Pecados. Ver com. Mat. 6:14.
Nos encargó a nosotros. Una prueba adicional del amor de Dios y de su buena voluntad para perdonar. El mensaje de la reconciliación ha sido depositado, por así decirlo, en la mente y en el corazón de todos los que lo aceptan para distribuirlo a otros. Palabra. Ver com. Juan 1:1.
20. Somos embajadores. Gr. presbéuÇ, literalmente "ser mayor", y por lo tanto "ser anciano", "ser embajador". Esto caracteriza al embajador como una persona llena de dignidad y experiencia, y por lo tanto investido de autoridad. Los embajadores de Cristo lo llegan a ser por haberse unido antes con él y a su causa (ver com. Hech. 14:23).
Se distinguen por su fidelidad (1 Cor. 4:1-2; 1 Tim. 1:12), su celo, su comprensión personal de las grandes verdades del Evangelio que conocen por experiencia, y por su diligencia en estudiar, en orar, en ganar almas y en la edificación de la iglesia. No hay mayor dignidad ni mayor honor que ser embajador de Cristo y del reino de los cielos.
Como si Dios. El embajador de Cristo es quien presenta "la palabra de la reconciliación" (vers. 19). Dios habla a los hombres por medio de sus embajadores así como reconcilió al mundo consigo por medio de Cristo.
En cuanto al interés que tiene Dios por los pecadores, ver Isa. 1:18; Jer. 44:4; Eze. 33:11; Ose. 11:8.
En nombre de Cristo. Literalmente "por Cristo", es decir, de parte de Cristo. El embajador cristiano no es en ningún sentido un sustituto de Cristo, es sencillamente aquel por medio del cual se efectúa la reconciliación. No es en ningún sentido un sacerdote intermediario, pues hay "un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre" (1 Tim. 2:5).
La reconciliación ya fue hecha en y por Cristo. El ministro es sencillamente el instrumento mediante el cual "la palabra de la reconciliación" (2 Cor. 5:19) es proclamada a otros. No es ni el creador ni el dispensador de ella. Conduce a hombres y mujeres hasta la presencia de Dios, donde por sí mismos experimentan la reconciliación. Su misión es la de convencer a los hombres de que Dios ha provisto la reconciliación en Cristo.
Por lo tanto, cada creyente tiene acceso directo a Dios y trata directamente, sin intermediarios, con él (Rom. 5:1; Efe. 2:13, 16-18; 3:12; Heb. 4:14-16).
Reconciliaos. Dios es el autor y dispensador de la reconciliación; los hombres son los que la reciben. Estos no pueden reconciliarse a sí mismos con Dios lamentando sus pecados pasados, haciendo un duro servicio o practicando ciertas ceremonias establecidas. Sencillamente reciben la reconciliación arrepintiéndose de sus pecados y aceptando la dádiva de la misericordia divina.
21. No conoció pecado. Es un insondable misterio que Jesús pudiera venir a este mundo como un ser humano y fuera "tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado" (Heb. 4:15). Nunca cometió un pecado en palabra, en pensamiento o en hecho. A través de toda su vida se abstuvo de toda forma de pecado. En esta tierra vivió una vida santa, incontaminada y pura, y siempre estuvo consciente de estar en armonía con la voluntad del Padre (Juan 8:46; 14:30; 15:10; Heb. 7:26; ver Nota Adicional de Juan 1; com. Luc. 2:52).
Cristo, el Ser sin pecado, tomó a la humanidad pecaminosa en su cálido corazón de amor y experimentó las tentaciones que nos acosan, pero no fue vencido por ellas en el más mínimo grado. "Se identificó con los pecadores" (DTG 85). Sobre la cruz, cuando llegó a la hora para la cual había venido al mundo (Juan 8:20; 12:23,27; 13:1; 17:1; 18:37), "fue ofrecido. . . para llevar los pecados de muchos" (Heb. 9:28) y se convirtió en "el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Juan 1:29).
La culpabilidad de los pecados del mundo le fue cargada a él como si hubiera sido suya (Isa. 53:3-6; 1 Ped. 2:22-24). "Fue contado con los inicuos" (Mar. 15: 28). Cristo se identificó con el pecado; lo tomó sobre sí mismo en un sentido real, y sintió el horror de la separación de Dios.
Lo hizo pecado. Es decir, Dios lo trató como si hubiera sido pecador, aunque no lo era (DTG 17). Las verdades expuestas en el vers. 21 están entre las más profundas y significativas de toda la Biblia.
Este versículo resume el plan de salvación al declarar la absoluta impecabilidad de Cristo, la naturaleza vicaria de su sacrificio, y cómo el hombre se libera del pecado por medio del Salvador. Ver com. Juan 3:16.
Justicia de Dios. Ver com. Rom. 5:19. Así como nuestros pecados le fueron imputados a Cristo como si hubieran sido suyos, así también su justicia no es atribuida a nosotros como si fuera nuestra. (6CBA).
COMENTARIOS DE EGW
1. 2JT 473. Todo aquel que posea un carácter firme estará capacitado para hacer frente a las dificultades y pronto para seguir a un "Así dice Jehová." Los hombres no están preparados para comprender su obligación para con Dios hasta no haber aprendido en la escuela de Cristo a llevar su yugo de restricción y obediencia. El sacrificio es el comienzo mismo de nuestra obra de hacer progresar la verdad y de establecer instituciones. Es una parte esencial de la educación. El sacrificio debe llegar a ser habitual en toda la formación de nuestro carácter en esta vida si queremos tener un edificio no hecho con manos, eterno, en los cielos.
7. HAp 42. EL SEÑOR ESTÁ MÁS DISPUESTO A Dar El Espíritu Santo A Los Que Le Sirven, que los padres a dar buenas dádivas a sus hijos.
Cada Obrero debiera elevar su petición a Dios por el bautismo diario del Espíritu.
Debieran reunirse grupos de obreros cristianos para solicitar ayuda especial y sabiduría 42 celestial para hacer planes y ejecutarlos sabiamente.
Debieran orar especialmente porque Dios bautice a sus embajadores escogidos en los campos misioneros con una rica medida de su Espíritu.
La presencia del Espíritu en los obreros de Dios dará a la proclamación de la verdad un poder que todo el honor y la gloria del mundo no podrían conferirle.
EL ESPÍRITU SANTO mora con el obrero consagrado de Dios dondequiera que esté. Las Palabras Habladas A Los Discípulos Son También Para Nosotros. El Consolador Es Tanto Nuestro Como De Ellos.
El Espíritu Provee La Fuerza que sostiene en toda emergencia a las almas que luchan y batallan en medio del odio del mundo y de la comprensión de sus propios fracasos y errores.
En La Tristeza Y La Aflicción, cuando la perspectiva parece obscura y el futuro perturbador, y nos sentimos desamparados y solos: éstas son las veces cuando, en respuesta a la oración de fe, el Espíritu Santo proporciona consuelo al corazón.
¿QUE ES SANTIDAD? No es una evidencia concluyente de que un hombre sea cristiano el que manifieste éxtasis espiritual en circunstancias extraordinarias. La santidad no es arrobamiento: es una entrega completa de la voluntad a Dios; es vivir de toda palabra que sale de la boca de Dios; es hacer la voluntad de nuestro Padre celestial; es confiar en Dios en las pruebas y en la obscuridad tanto como en la luz; es caminar por fe y no por vista; confiar en Dios sin vacilación y descansar en su amor.
EL ESPÍRITU SANTO. No es esencial para nosotros ser capaces de definir con precisión qué es el Espíritu Santo. Cristo nos dice que el Espíritu es el Consolador, "el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre." (Juan 15: 26.) Se asevera claramente tocante al Espíritu Santo, que en su obra de guiar a los hombres a toda verdad, "no hablará de sí mismo." (Juan 16:13).
PR 13. Sólo la justicia de Cristo puede darte poder para resistir a la marea del mal que arrasa al 130 mundo. Introduce fe en tu experiencia. La fe alivia toda carga y todo cansancio. Si confías de continuo en Dios, podrás comprender las providencias que te resultan ahora misteriosas. Recorre por la fe la senda que él te traza. Tendrás pruebas; pero sigue avanzando. Esto fortalecerá tu fe, y te preparará para servir. Los anales de la historia sagrada fueron escritos, no simplemente para que los leamos y nos maravillemos, sino para que obre en nosotros la misma fe que obró en los antiguos siervos de Dios. El Señor obrará ahora de una manera que no será menos notable doquiera haya corazones llenos de fe para ser instrumentos de su poder.
10. 2JT 187. Nos estamos acercando al fin del tiempo. Abundarán las pruebas de afuera, pero no permitamos que provengan de adentro de la iglesia. Por amor de la verdad, por amor a Cristo, niéguense a sí mismos los que profesan ser hijos de Dios. "Porque ¿es menester que todos nosotros parezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que hubiere hecho por medio del cuerpo, ora sea bueno o malo."(2 Cor. 5:10.) Todo aquel que ame de veras a Dios, tendrá el espíritu de Cristo y un ferviente amor hacia sus hermanos. Cuanto más en comunión con Dios esté el corazón de una persona, y cuanto más se concentren sus afectos en Cristo, menos perturbada se sentirá ella por las asperezas y penurias que encuentre en esta vida. Los que están creciendo a la plena estatura de hombres y mujeres en Cristo Jesús, se volverán cada vez más semejantes a Cristo en su carácter y se elevarán por encima de la disposición a murmurar y estar descontentos. El dedicarse a la censura les inspirará desprecio. . . .
Estamos viviendo en una época en que todos deben prestar atención especial a la orden del Salvador: "Velad y orad, para que no entréis en tentación."(Mat. 26: 41.) Recuerde cada uno que debe ser fiel y leal a Dios, creyendo la verdad, creciendo en gracia y en el conocimiento de Jesucristo. La invitación del Salvador es: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas." (Mat. 11:29.)
El Señor está dispuesto a ayudarnos, a fortalecernos y a bendecirnos; pero debemos pasar por el proceso de refinación hasta que se hayan consumido todas las impurezas de nuestro carácter. Cada miembro de la iglesia será sometido al horno, no para ser consumido, sino para ser purificado.
14. PVGM 187. El Salvador dice: "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo: si alguno oyere mi voz y abriere la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo" (Isa. 55:1; Apoc. 22:17).* El no es ahuyentado por el desprecio o desviado por la amenaza, antes busca continuamente a los perdidos diciendo: "¿Cómo tengo de dejarte?"(Oseas 11:8)* Aunque su amor sea rechazado por el corazón obstinado, vuelve a suplicar con mayor fuerza: "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo"(Apoc. 3:20).
El poder conquistador de su amor compele a las almas a acceder. Y ellas dicen a Cristo: "Tu benignidad me ha acrecentado" (Salmos 18:35).
Cristo impartirá a sus mensajeros el mismo anhelante amor que tiene él para buscar a los perdidos. No hemos de decir meramente: "Ven". Hay quienes oyen el llamado, pero tienen oídos demasiado embotados para comprender su significado. Sus ojos están demasiado cegados para ver cualquier cosa buena provista para ellos. Muchos comprenden su gran degradación. Dicen: no soy digno de ser ayudado, dejadme solo. Pero los obreros no deben desistir. Sostened con ternura y piadoso amor a los desalentados e impotentes. Infundidles vuestro valor, vuestra esperanza, vuestra fuerza. Compeledlos por la bondad a venir. "A los unos en piedad, discerniendo: mas haced salvos a los otros por temor, arrebatándolos del fuego"(Judas 22,23).*
Si los siervos de Dios quieren caminar con él por la fe, él impartirá poder al mensaje que den. Serán así capacitados para presentar su amor y el peligro de rechazar la gracia de Dios, para que los hombres sean constreñidos a aceptar el Evangelio. Cristo realizará maravillosos milagros si tan sólo los hombres quisieran hacer la parte que Dios les ha encomendado. En los corazones humanos puede obrarse hoy una transformación tan grande como la que se operó en las generaciones pasadas.
15. 2JT 214. Toda facultad de nuestro ser nos fue dada para que pudiésemos prestar servicio aceptable a nuestro Hacedor. Cuando, por medio del pecado, pervertimos los dones de Dios, y vendimos nuestros poderes al príncipe de las tinieblas, Cristo pagó un rescate por nosotros, a saber su propia preciosa sangre. "Por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para si, mas para aquel que murió y resucitó por ellos." (2 Cor. 5:15.) No hemos de seguir las costumbres del mundo."Y no os conforméis a este siglo; mas reformaos por la renovación de vuestro entendimiento." (Rom. 12:2.)
PVGM 261. "El reino de los cielos -dijo él- es como un hombre que partiéndose lejos llamó a sus siervos, y les entregó sus bienes. Y a éste dio cinco talentos, y al otro dos, y al otro uno: a cada uno conforme a su facultad; y luego se partió lejos".
El hombre que va a un país lejano representa a Cristo, quien, cuando dijo esta parábola estaba por partir de esta tierra para ir al cielo. Los "siervos" o esclavos de la parábola representan a los seguidores de Cristo. No somos nuestros. Hemos sido "comprados... por precio", "no con cosas corruptibles, como oro o plata; sino con la sangre preciosa de Cristo"; "para que los que viven, ya no vivan para sí, más para aquel que murió y resucitó por ellos". 1Cor. 6:20; 1Pedro 1:18,19; 2Cor. 5:15.
17. CC 56. "SI ALGUNO está en Cristo, es una nueva criatura: las cosas viejas pasaron ya, he aquí que todo se ha hecho nuevo" (2 Corintios 5:17).
Tal vez alguno no Podrá decir el tiempo o el lugar exacto, ni trazar toda la cadena de circunstancias del proceso de su conversión; pero esto no prueba que no se haya convertido.
Cristo dijo a Nicodemo: "El viento de donde quiere sopla, y oyes su sonido, mas no sabes de dónde viene, ni adónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu" (Juan 3: 8). Así como el viento es invisible y, sin embargo, se ven y se sienten claramente sus efectos, así obra el Espíritu de Dios en el corazón humano. El poder regenerador que ningún ojo humano puede ver, engendra una vida nueva en el alma; crea un nuevo ser conforme a la imagen de Dios. Aunque la obra del Espíritu es silenciosa e imperceptible, sus efectos son manifiestos.
Cuando el corazón ha sido renovado por el Espíritu de Dios, el hecho se manifiesta en la vida. Al paso que no podemos hacer nada para cambiar nuestro corazón, ni para ponernos en armonía con Dios, al paso que no debemos confiar para nada en nosotros ni en nuestras buenas obras, nuestras vidas han de revelar si la gracia de 57 Dios mora en nosotros. Se notará un cambio en el carácter, en las costumbres y ocupaciones. La diferencia será muy clara e inequívoca entre lo que han sido y lo que son.
El carácter se da a conocer, no por las obras buenas o malas que de vez en cuando se ejecutan, sino por la tendencia de las palabras y de los actos en la vida diaria. Es cierto que puede haber una corrección del comportamiento externo, sin el poder regenerador de Cristo. El amor a la influencia y el deseo de la estimación de otros pueden producir una vida muy ordenada. El respeto propio puede impulsarnos a evitar la apariencia del mal. Un corazón egoísta puede ejecutar obras generosas.
¿De qué medio nos valdremos, entonces, para saber a qué clase pertenecemos? ¿Quién posee nuestro corazón? ¿Con quién están nuestros pensamientos? ¿De quién nos gusta hablar? ¿Para quién son nuestros más ardientes afectos y nuestras mejores energías?
Si somos de Cristo, nuestros pensamientos están con él y nuestros más gratos pensamientos son para él. Todo lo que tenemos y somos lo hemos consagrado a él. Deseamos vehementemente ser semejantes a él, tener su Espíritu, hacer su voluntad y agradarle en todo. Los que son hechos nuevas criaturas en Cristo Jesús manifiestan los frutos del Espíritu: “amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza". (Gálatas 5:22,23).
Ya no se conforman por más tiempo con las concupiscencias anteriores, sino que por la fe del Hijo de Dios siguen sus pisadas, reflejan 58 su carácter y se purifican a sí mismos así como él es puro. Aman ahora las cosas que en un tiempo aborrecían y aborrecen las cosas que en otro tiempo amaban. El que era orgulloso y dominante, ahora es manso y humilde de corazón. El que antes era vano y altanero, ahora es serio y discreto. El que antes era borracho, ahora es sobrio y el que era libertino, puro. Han dejado las costumbres y modas vanas del mundo. Los cristianos no buscan "el adorno exterior", sino que "sea adornado el hombre interior del corazón, con la ropa imperecedera de un espíritu manso y sosegado" (1Pedro 3:3,4).
No hay evidencia de arrepentimiento verdadero cuando no se produce una reforma en la vida. Si restituye la prenda, devuelve lo que hubiere robado, confiesa sus pecados y ama a Dios y a su prójimo, el pecador puede estar seguro de que pasó de muerte a vida. Cuando venimos a Cristo, como seres errados y pecaminosos, y nos hacemos participantes de su gracia perdonadora, nace en nuestro corazón el amor a él. Toda carga resulta ligera; porque el yugo de Cristo es suave. Nuestros deberes se hacen deliciosos y los sacrificios, un gozo. El sendero que en el pasado nos parecía cubierto de tinieblas ahora brilla con los rayos del Sol de Justicia.
La belleza del carácter de Cristo se verá en los que le siguen. Era su delicia hacer la voluntad de Dios. El poder predominante en la vida de nuestro Salvador era el amor a Dios y el celo por su gloria. El amor embellecía y ennoblecía todas sus acciones.
19. CC 12, 34. No es que el Padre nos ame por causa de la gran propiciación, sino que proveyó la propiciación porque nos ama. Cristo fue el medio por el cual él pudo derramar su amor infinito sobre un mundo caído. "Dios estaba en Cristo, reconciliando consigo mismo al mundo" (2Corintios 5:19).
Dios sufrió con su Hijo. En la agonía del Getsemaní, en la muerte del Calvario, el corazón del Amor Infinito pagó el precio de nuestra redención. Jesús decía: "Por esto el Padre me ama, por cuanto yo pongo mi vida para volverla a tomar" (San Juan 10: 17). Es decir: "De tal manera os amaba mi Padre, que aún me ama más porque he dado mi vida para redimiros. Por haberme hecho vuestro Sustituto y Fianza, por haber entregado mi vida y tomado vuestras responsabilidades, vuestras transgresiones, soy más caro a mi Padre; por mi sacrificio, Dios puede ser justo y, sin embargo, el justificador del que cree en Jesús".´ Nadie sino el Hijo de Dios podían efectuar nuestra redención; porque sólo él, que estaba 13 en el seno del Padre podía darlo a conocer. Sólo él, que conocía la altura y la profundidad del amor de Dios, podía manifestarlo. Nada menos que el infinito sacrificio hecho por Cristo en favor del hombre caído podía expresar el amor del Padre hacia la perdida humanidad. "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito".
* Muchos aceptan una religión intelectual, una forma de santidad, sin que el corazón esté limpio. Sea vuestra oración: “¡Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí!" (Salmo 51:10).
Sed leales con vuestra propia alma. Sed tan diligentes, tan persistentes, como lo seríais si vuestra vida mortal estuviera en peligro. Este es un asunto que debe arreglarse entre Dios y vuestra alma; arreglarse para la eternidad. Una esperanza supuesta, y nada más, llegará a ser vuestra ruina. Estudiad la Palabra de Dios con oración. Esa Palabra os presenta, en la ley de Dios y en la vida de Cristo, los grandes principios de la santidad, sin la cual "nadie verá al Señor'. (Hebreos 12:14). Convence de pecado; revela plenamente el camino de la salvación. Prestadle atención como a la voz de Dios que os habla.
Cuando veáis la enormidad del pecado, cuando os veáis como sois en realidad, no os entreguéis a la desesperación. Pues a los pecadores es a quienes Cristo vino a salvar. No tenemos que reconciliar a Dios con nosotros, sino ¡oh maravilloso amor! "Dios estaba en Cristo, reconciliando consigo mismo al mundo" (2 Corintios 5:19).
El está solicitando por su tierno amor los corazones de sus hijos errados. Ningún padre según la carne podría ser tan paciente con las faltas y yerros de sus hijos, como lo es Dios con aquellos a quienes trata de salvar. Nadie podría argüir más tiernamente con el pecador. Jamás labios humanos han dirigido invitaciones más tiernas que él al extraviado. Todas sus promesas, 35 sus amonestaciones, no son sino la expresión de su indecible amor.
20. 1JT 525. Los embajadores de Cristo tienen una obra solemne e importante, que algunos consideran con demasiada ligereza. Mientras Cristo es ministro del santuario celestial, es también, a través de sus delegados, ministro de su iglesia en la tierra. Habla al pueblo por medio de hombres elegidos, y lleva a cabo su obra por su intermedio, como cuando, en los días de su humillación, andaba visiblemente en la tierra. Aunque han pasado siglos, el transcurso del tiempo no ha cambiado la promesa que hizo al separarse de sus discípulos: "He aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo." (Mat. 28: 20.) Desde la ascensión de Cristo hasta el presente, hombres ordenados por Dios, que derivaron su autoridad de el, han tenido que enseñar la fe. Cristo, el verdadero Pastor, dirige su obra por intermedio de estos subpastores.
De modo que la posición de los que trabajan en el ministerio de la Palabra y enseñan la doctrina, viene a ser muy importante. Ruegan a la gente, en lugar de Cristo, que se reconcilie con Dios.
La gente no debe considerar a sus ministros como meros oradores, sino como embajadores de Cristo, que reciben su sabiduría y poder de la gran Cabeza de la iglesia. El pasar por alto y despreciar la palabra hablada por el representante de Cristo, es no sólo manifestar falta de respeto al hombre, sino también al Maestro que lo envió. Él está en el lugar de Cristo; y la voz del Salvador debe ser oída en su representante.
21. 1JT 228. Cuando los hombres y las mujeres puedan comprender plenamente la magnitud del gran sacrificio que fue hecho por la Majestad del cielo al morir en lugar del hombre, entonces será magnificado el plan de la salvación, y al reflexionar en el Calvario se despertarán emociones tiernas, sagradas y vivas en cl corazón del cristiano; vibrarán en su corazón y en sus labios 229 alabanzas a Dios y al Cordero. El orgullo y la estima propia no pueden florece en los corazones que mantienen frescos los recuerdos de las escenas del Calvario. Este mundo parecerá de poco valor a aquellos que estimen el gran precio de la redención del hombre, la preciosa sangre del amado Hijo de Dios. Todas las riquezas del mundo no tienen suficiente valor para redimir un alma que perece. ¿Quién puede medir el amor que sintió Cristo por el mundo perdido, mientras pendía de la cruz sufriendo por los pecados de los hombres culpables? Este amor fue inconmensurable, infinito.
2JT 73. Hay una gran diferencia entre una supuesta unión y una conexión real con Cristo por la fe. Una profesión de fe en la verdad pone a los hombres en la iglesia, pero esto no prueba que tienen una conexión tal con la vid viviente. Se nos da una regla por la cual se puede distinguir al verdadero discípulo de aquellos que aseveran seguir a Cristo, pero no tienen fe en él. La una clase da fruto, la otra no es fructífera. La una está con frecuencia sometida a la podadera de Dios, para que pueda dar más fruto; la otra, como ramas secas, queda pronto separada de la vid viviente.
Siento profunda solicitud porque nuestros hermanos conserven entre sí el testimonio viviente; y que la iglesia se mantenga pura del elemento incrédulo. ¿Podemos concebir una relación más estrecha e íntima con Cristo que la presentada en estas palabras: "Yo soy la vid, vosotros los pámpanos"? Las fibras del sarmiento son casi iguales que las de la vid. La comunicación de la vida, fuerza y carácter fructífero del tronco a los sarmientos, se mantiene constante y sin obstrucción. La raíz envía su nutrición por el sarmiento. Tal es la relación que 73 sostiene con Cristo el verdadero creyente. Permanece en Cristo y obtiene de él su nutrición.
Esta relación espiritual puede establecerse únicamente por el ejercicio de la fe personal. Esta fe debe expresar de nuestra parte una suprema preferencia, perfecta confianza y entera consagración. Nuestra voluntad debe entregarse completamente a la voluntad divina. Nuestros sentimientos, deseos, intereses y honor deben identificarse con la prosperidad del reino de Cristo y el honor de su causa, recibiendo nosotros constantemente la gracia de él y aceptando Cristo nuestra gratitud.
Cuando se ha formado esta intimidad de la conexión y comunión, nuestros pecados son puestos sobre Cristo, su justicia nos es imputada. Él fue hecho pecado por nosotros, para que pudiésemos ser hechos justicia de Dios en él. Tenemos acceso a Dios por él; somos aceptos en el Amado, Quienquiera que por sus palabras o acciones perjudique al creyente, hiere con ello a Jesús. Quienquiera que dé una copa de agua fría a un discípulo porque es hijo de Dios, será considerado por Cristo como habiéndosela dado a él mismo.
Ministerio Hno. Pio
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