Pero él les dijo: ¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y los
que con él estaban tuvieron hambre; cómo entró en la casa de Dios, y comió los
panes de la proposición, que no les era lícito comer ni a él ni a los que con
él estaban, sino solamente a los sacerdotes? (Mateo 12:3-4).
Si estaba
bien que David satisficiese su hambre comiendo el pan que había sido
apartado para un uso santo, entonces estaba bien que los discípulos supliesen
su necesidad recogiendo granos en las horas sagradas del sábado.
Además, los sacerdotes del templo
realizaban en sábado una labor más intensa que en los otros días. En asuntos
seculares, la misma labor habría sido
pecaminosa; pero
la obra de los sacerdotes se hacía en el servicio de Dios. Ellos cumplían los ritos que señalaban el poder redentor de Cristo, y su labor estaba
en armonía con el objeto del sábado.
Pero ahora, Cristo mismo había venido. Los discípulos, al hacer la obra de Cristo, estaban sirviendo a Dios y era correcto hacer en sábado lo que era necesario para el
cumplimiento de esa obra.
Cristo quería enseñar a sus discípulos y a sus enemigos que el servicio de Dios está antes que cualquier cosa.
El objeto de la obra de Dios en este mundo es la redención de la humanidad; por lo tanto, lo que es necesario hacer en sábado en cumplimiento
de esta obra, está de acuerdo con la ley del sábado.
Jesús coronó
luego su argumento declarándose “Señor del sábado”; es decir, un Ser por encima de toda
duda y de toda ley.
Este Juez
infinito absuelve a los discípulos de culpa, apelando a los
mismos estatutos que se les acusaba
de estar violando...
Otro sábado, al entrar Jesús en una sinagoga, vio allí a un hombre que tenía una
mano paralizada.
Los fariseos lo vigilaban, deseosos de ver
qué iba a hacer.
El Salvador sabía muy bien que al efectuar
una curación en sábado, sería
considerado como transgresor, pero no vaciló en derribar el muro de las exigencias tradicionales que rodeaban al
sábado.
Jesús invitó
al enfermo a ponerse de pie, y luego
preguntó: “¿Es lícito en los días de reposo hacer bien, o hacer
mal; salvar la vida, o quitarla?”
Era una
máxima corriente entre los judíos, que al dejar de hacer el bien,
cuando había oportunidad, era hacer lo malo; el
descuidar de salvar una vida era matar.
Así se enfrentó Jesús con los rabinos en su propio terreno. “Pero ellos callaban. Entonces, mirándolos alrededor con enojo, entristecido por la dureza de su corazón, dijo al hombre: Extiende tu mano. Y él la extendió, y la mano le fue restaurada sana”. Marcos 3:4,5.
El Deseado de Todas las Gentes, 251-253. [141]
AUDIO. https://www.youtube.com/watch?v=P_AkiV3zDUE&list=PLVsLdOIe7sVuUZaZ1uR2ftk0UT8XIe3vg&index=13&pp=sAQB